Cultura

La exaltación de la brutalidad y sus razones

  • Nicolas Winding Refn y Ryan Gosling vuelven a sumar coraje artístico en 'Only God forgives'

El del director Nicolas Winding Refn es un lenguaje visual bello, delicado, pero que resulta más cercano cuando se recrea en la negritud, en la crudeza; cuando exalta la brutalidad y el realismo. Como relato noir, alimentado por un héroe de corte carnavalesco, algo hortera, pero tan mítico como el Shane de Alan Ladd en Raíces Profundas, y sereno como el John Wayne de El álamo, Drive, adaptación de la sorprendente novela de James Sallis (El tejedor), no recuerda a nada en concreto. Se deja ver y oír como un meloso pastiche de homenajes, como un ensayo sobre estilos; todo huele a Walter Hill, a Friedkin, pero no bebe concretamente de ninguno de ellos. Por eso funciona como epopeya de la transgresión moderna, viva imagen de una cinefilia reciclada, que no reutilizada. Se condensan estilos, sin calcar. Únicamente, se leen bajo un mismo lenguaje, una prosa lírica, extremadamente violenta. Pero bella, al fin y al cabo. Una obra donde se aprecia el fervor de Refn por el contraste, por contemplar la inmundicia desde el atractivo de las noches de neón y por captar la emoción en un entorno brutalista. Este es un oculto cuento de hadas con flores marchitas, ensangrentadas por la pasión de su héroe.

Una escritura distinta es la que este peculiar director danés practicó con su discreta trilogía Pusher, relato barriobajero, visualmente sobrio (debido al presupuesto, más que a otra cosa) y emocionalmente atronador. Aquí sí se encuentran influencias, tanto de talante literario, en conversaciones y escenas que parecen impregnadas de la épica realista de Irvine Welsh, y cinematográfico, por desgracia, a través de inciertos homenajes a la desagradable teatralidad de John Waters. Esto se denota cuando Refn comienza a dar sus primeros pasos en sus estudios estéticos, en sus juegos de luces, y sobre todo, cuando contrapone el petulante aire trash de su obra con el tono kitsch del odioso Waters. Sobre esta tendencia habla largo y tendido en Bronson, superficial ensayo sobre diversas teorías conductistas relacionadas con la violencia (de ahí a que se la relacione con la también infame La naranja mecánica) y que se queda en eso, un mero ejercicio de estéticas.

La prosa de Sallis, por otro lado, se basa en las voces, en la sordidez de los diálogos, pues ensaya con sus personajes, los solitarios, los alcohólicos, los desesperados y, aunque más escasos, los triunfadores. Todos ellos se identifican y memorizan con fuerza y facilidad. Algunos dejan huella, otros dejan poso, pero Driver(anónimo protagonista de la novela) viene y va, irrumpe en las vidas de todos ellos para marcarlas con fuego y sangre, o porque así se salda un corazón quemado, con derramamiento de sangre, o al menos, según él.

Drive (la novela) es un poderoso recital de jerga criminal, pero no por ello se deja fuera a los injustos despojos de una sociedad en decadencia. De veteranos mecánicos que reparan las torturadas piezas de automóviles empleados en Hollywood, hasta los especialistas que montan semejantes ataúdes con ruedas. Ahí también está el guionista frustrado, que trabaja por horas componiendo y deshaciendo diálogos, adaptando del argentino y del polaco crudas y pretenciosas parrafadas que acabarán yaciendo en las estanterías de un videoclub de Serie B. El sueño americano, vaya. Corrompida su ambiciosa alma por el mero hecho de que le haya tocado vivir una época deprimente ¿qué le queda? Lo que su agraciada creatividad le ofrezca. Por ahí decía "cuando el coche, o el guión, caen por el precipicio, empezamos de cero". Tal vez demasiado cierto, más que nada, porque guionistas dedicados al cine de acción ochentero, a quemar llantas y a hacer del sexo femenino un par de tetas con dos líneas de diálogo los había a patadas, por muy buenas ideas que tuvieran. A su lado están los gangsters, bocazas, como siempre, como les gusta a Tarantino o a los Coen. Estos que se rellenan el calzoncillo con una automática y que dejaron de vestir de sport para vestir de chándal (atrás quedó el elitismo scorsesiano) . Esos sí han salido adelante. Injusto. Ni que decir tiene. Una cruda metáfora de una sociedad sostenida por el crimen, por la sangre y el color del dinero.

El director planea un leve giro del volante con Only God forgives, donde vuelve a unir fuerzas con el Ryan Gosling en una cinta que ahonda en las influencias familiares, en el revanchismo entre mafias y grupos policiales, y en la iconografía de la lucha Muay Thai. Aquí, Refn se traslada a Bangkok, seguramente, por el esplendor de una ciudad que se despierta durante la noche. Como las almas que controlan ese mundo tan despiadado por el que acostumbran a moverse los personajes de Sallis. Básicamente, como la obra de Refn. De día, la utopía de las emociones. De noche, el baño de sangre.

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