Fila siete

Era de esperar

Era de esperar. Se anunciaba como uno de los grandes estrenos del verano, venía precedida del predicamento y el éxito taquillero de su predecesora, ha gozado de un "marketing" muy positivo y ha contado con el apoyo mediático que siempre favorece su popularidad. Por eso a nadie puede extrañar que a una semana de su estreno, Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian, se haya encaramado al primer puesto entre las películas más taquilleras del momento. Y todo ello entre otros títulos punteros cuyo liderazgo ha sido bastante efímero. Veremos cuanto le dura a esta película.

Se preguntan algunos si este modelo de cine que patentó El señor de los anillos (2001), sus secuelas y las películas que, de algún modo, han seguido este tipo de narrativa entre fantástica, mítica, épica y heroica, como en cierto modo lo son las novelas de Tolkien en el primer caso y la de C.S. Lewis, en las de Narnia, está agotado. No lo creo a tenor del éxito que siguen teniendo estas grandes producciones cinematográficas de elevados presupuestos y costosos diseños de realización. Todo, lógicamente, hasta que el público no se canse y no se trate de matar a la gallina de los huevos de oro, como tantas veces ha hecho el cine.

Desde luego puede parecer, sobre todo si no se es un entusiasta de esta clase de historias, que la fórmula se va gastando a pasos agigantados y que todo es un más de lo mismo. No es fácil asistir a una proyección como ésta durante ciento cuarenta interminables minutos, que nos brinda la adaptación de otra de las famosas crónicas de C. S. Lewis. El mismo director y los mismos guionistas que hace tres años estrenaron Las crónicas de Narnia, vuelven a las andadas y no podemos decir que aporten nada nuevo a esta saga que ya tiene prevista su tercera entrega. Siguiendo la infantilización de buena parte del cine de Hollywood, con gran acogida general, nada puede extrañar esta machacona insistencia.

Como en esas películas en las que uno intuye de antemano todo lo que va a ocurrir, en esta aventura fantástica del príncipe Caspian, todo es demasiado previsible y en esa sucesión de planos y secuencias que nos depara tan trepidante relato, ni su narrativa de acción y violencia ni sus diálogos, insustanciales y de escaso interés, pueden llamar la atención al espectador que exija un mínimo de calidad. Y no creo que las historias de C. S. Lewis, aunque con planteamientos muy distintos y con un fondo moral muy diferentes, que las de J.R.R. Tolkien, sean menos interesantes, es la incapacidad de guionistas y realizador para igualar las adaptaciones de este último.

Con lo cual las deficiencias de la película no están en la base literaria sino en la habilidad de sus adaptadores y su director, que, siendo el mismo, Andrew Adamson, que dirigió acertadamente Shrek (2001), y lo hizo mejor con Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario (2005), ahora no le ha puesto ni la misma fuerza ni la imaginación que uno podría esperar. Ello sí podría dar la razón a quienes piensen que el modelo se va agotando. Pero si uno mira los resultados de la taquilla y su liderazgo cuando compongo estas líneas, cabe pensar también que el público es poco exigente y que los niños y adolescentes, principales espectadores de este tipo de espectáculos cinematográficos, se conforman con lo que les brinda la pantalla.

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