Cultura

"Un escritor tiene que tratar de entender al personaje más odioso"

  • Juana Salabert narra un drama familiar con los malos tratos como telón de fondo

Desde que apareció hace más de 15 años con dos libros publicados casi al mismo tiempo -Varadero y Arde lo que será- y el respaldo del Premio Nadal, del que quedó finalista, Juana Salabert se ha labrado una sólida carrera aplaudida por la crítica y bendecida por premios como el Biblioteca Breve y el Fernando Quiñones. La faz de la tierra (Alianza Editorial) es una nueva muestra del rigor con el que esta autora se acerca a la literatura: Salabert aborda un problema tan difícil de tratar como los malos tratos en las antípodas de la curiosidad morbosa, desde la sutileza y la sensibilidad. Ela (diminutivo de Adela) huye a Madrid de la amenaza de un marido, Álvaro, que desde la muerte del hijo ha mostrado su cara más brutal, pero el destino volverá a torcerse: el autobús en el que viaja sufre un accidente y la mujer acaba en coma. Alrededor de su cama en el hospital, se desarrollará el drama de una familia -la del esposo, ignorante hasta entonces de la terrible intimidad de la pareja-, pero también una historia de culpas, silencios y rencores.

-En el retrato del maltratador ha evitado la descripción de un tipo grotesco. Es un hombre de una belleza extraordinaria, al que los miedos y la debilidad convierten en un monstruo...

-Traté de describir un tipo de hombre del que no se suele hablar, o del que sólo habla la literatura gay, que es el hombre que lo tiene todo pero es débil e indefenso. Y ocurre una cosa: la belleza masculina suscita siempre mucho malestar alrededor, porque vivimos en una sociedad en la que el hombre tiene que ser útil, no hermoso, y la mujer, hermosa y si es posible inútil para que no perturbe. Si hubiese sacado a un ser grotesco, a alguien que llega y pega un puñetazo, me habría interesado muy poco. Aunque exista un tipo así, un escritor tiene derecho a elegir lo que le interesa a la hora de escribir.

-Uno de los aspectos más atractivos del libro es que no sólo se cuenta el conflicto entre el agresor y la víctima. Aquí se ofrece la visión de la familia más cercana de él, algo que no se suele explorar.

-Nuestro país no es como los países luteranos, en realidad gracias a Dios, que no tenemos una familia nuclear y nada más. La familia puede ser una pesadilla, pero es una riqueza que en el mundo mediterráneo tengamos relaciones amplias. Ésta es una familia que calla muchas cosas, que ha preferido no ver lo que ocurría. Es normal: cuando un primo al que quieres mucho hace algo terrible, atraca un banco, por ejemplo, tardas mucho en reconocerlo.

-Es simbólico que Álvaro trabaje en una inmobiliaria de la familia, y la historia comience cuando la crisis está derrumbando el espejismo en que han vivido.

-Antes de tener muy claro lo que ocurría en la novela, pensé que la familia de él debía tener una inmobiliaria. Todos hemos visto cómo funcionaban, cómo han creído que esto era inagotable, la falta de amor que ha habido. Es imperdonable lo que se ha hecho en este país. No sólo han empobrecido a la gente con las hipotecas, además han tachado el paisaje con unas astas clausurando los horizontes...

- En la historia se habla de una escena del pasado que pudo impactar a Álvaro y dejar huella en su personalidad. En la investigación que ha llevado a cabo para esta obra, ¿descubrió que esas actitudes violentas están marcadas por algún trauma?

-No, no, yo no he investigado nada. Para Velódromo de invierno estuve tres años metida en la ocupación parisiense, pero en este caso me limité a leer la prensa. No quería la opinión de sociólogos, no quería ver estadísticas. Las estadísticas son importantes para calibrar el estado de salud de un país, pero pueden silenciar a un novelista. Un escritor debe imaginar un caso concreto: con estadísticas creamos un retrato robot, no un personaje.

-La faz de la tierra habla de un conflicto muy grave, pero esquiva la novela de tesis, los subrayados.

-Me gusta que las novelas sean sentimientos, emociones, situaciones y, sobre todo, personajes. Yo soy una persona de izquierdas, progresista, pero no puedo soportar esas novelas estalinistas y acartonadas. Eso va contra el arte, es no confiar en la inteligencia del lector. Yo no necesito explicar al lector que la violencia de género es monstruosa. Él lo sabe ya, probablemente, y si no lo sabe lo va a entender. Es como el tipo que hace una novela ambientada en la ocupación nazi: el señor que es demócrata lleva todas las virtudes dentro de sí, pero la vida no es así. Un escritor nunca puede funcionar con blanco y negro. Tiene que tratar de entender hasta al personaje que más le desagrada.

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