el arte de la viñeta

El diablo sobre ruedas

  • El reciente estreno de la segunda aventura cinematográfica del Motorista Fantasma permite abordar la historia de uno de los personajes más insólitos de Marvel

En el Planeta Marvel hay criaturas de todos los colores, para todos los gustos. Hay seres de tierra, agua, aire y fuego; figuras de ayer, hoy y mañana, provenientes de aquí y allá, aptas para paladares curtidos, mediocres o en agraz. Pidan y les será concedido. ¿Quieren un joven aparentemente incapaz de matar una mosca que oculta una araña en su interior? Ustedes necesitan a Spiderman. ¿Preferirían un multimillonario dispuesto a revivir las antiguas gestas de caballeros andantes, que cabalgan los cielos en vez de viejos corceles? Iron Man colmará sus expectativas. ¿Qué necesitan vérselas con un Dios inmortal en difícil convivencia con el común de los mortales? Thor les dejará satisfechos. ¿Desean una versión del Dr. Jekyll y Mr. Hyde pasada por la triple batidora del pop, el pulp, y el kitsch? Ahí tienen a Hulk. ¿Una puesta al día del mito de Fausto, debidamente motorizado, y con guitarreo heavy metal de fondo? Marvel también lo tiene; responde al nombre de Ghost Rider, aunque en España se le conoce (o conocía) por El Motorista Fantasma.

El personaje nació a principios de los años 70, en una época de coqueteo entre el cómic para adultos y el género de terror; se pretendía así abordar temáticas y tramas subidas de tono, aunque al final pocos se atrevieran a llegar al fondo con tales formas. En primer lugar, los guionistas Roy Thomas y Gary Friedrich se apropiaron del sonoro nombre de un personaje aparecido en un western de Magazine Enterprises a finales de la década anterior -el sustantivo 'rider' significa jinete, motorista o ciclista dependiendo de si el sujeto va a caballo, en moto o en bicicleta-. Luego, en colaboración con el dibujante Mike Ploog, diseñaron un intrigante tipo a lomos de una espectacular Harley Davidson, vestido con botas, pantalones y chupa de cuero negro, cuya cabeza es una calavera envuelta permanentemente en llamas. El Motorista Fantasma nacía como villano para desfogo de Daredevil, pero la idea sedujo a cuantos partían el bacalao en la editorial y lo transformaron, de manera un tanto insensata, en un superhéroe destinado a esos lectores de gustos más retorcidos. El personaje debutó a mediados de 1972 en las páginas de Marvel Spotlight. Al año siguiente tenía su propia cabecera.

Lo más arduo fue, sin duda, inventarle una circunstancia verosímil a este paladín de ultratumba. La primera encarnación del Motorista Fantasma se llamó Johnny Blaze, un especialista en espectáculos de vehículos de dos ruedas. Blaze habría pactado con Mefisto a cambio de la curación de su mentor, Crash Simpson, que estaba muriéndose a consecuencia de una extraña infección en la sangre. Simpson morirá de todos modos -al igual que el padre biológico del protagonista- al intentar realizar una peligrosa acrobacia con su motocicleta. Blaze recurre entonces a un conjuro para librarse de las obligaciones contractuales, y Mefisto insta a Zarathos, un devorador de almas, a poseerlo. Así, a la caída de la noche, Blaze se transformará en el fantasmal Motorista, librando una denodada lucha a fin de emplear el Mal para combatir el Mal. Andando el tiempo, Blaze podrá metamorfosearse a voluntad, siempre que un inocente esté en peligro. La serie aguantó en las librerías hasta 1983. No recuerdo bien cómo, Blaze se libró de la maldición y el espíritu de Zarathos se fue… ¿al diablo?

A principios de los 90, gracias al resurgimiento de la épica problemática que alumbraron los tratamientos del mundo de los superhéroes firmados por Alan Moore o Frank Miller, la editorial decidió darle otra oportunidad. La nueva encarnación del Motorista Fantasma se llamó Daniel Ketch, que es poseído a través de una motocicleta impregnada del espíritu de la venganza, o algo así. Esta serie se mantuvo hasta 1998. Con posterioridad, se ha ido hundiendo o reflotando al calor de las adaptaciones cinematográficas u otras circunstancias peregrinas. Y es que el Motorista Fantasma, vaya la verdad por delante, siempre ha sido un héroe de segunda fila. No un segundón, entiéndaseme; tampoco una superestrella. Ha tenido un club de fans consistente -entre ellos, si damos por buenas sus declaraciones, el actor Nicolas Cage, encargado de darle vida en la pantalla-, pero nunca ha generado grandes adhesiones. Personalmente, no me sorprende. El Motorista Fantasma es un poco fantasma, no sé si me explico. La terribilità de este tebeo siempre se me ha antojado impostada. Por muchos demonios que haya de por medio, en sus viñetas no prenden las llamas colosales del Infierno; si acaso, las más humildes del infiernillo.

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