Cultura

la cuestión catalana

  • Almuzara recupera los artículos de enorme sagacidad política que Chaves Nogales publicó en los primeros meses de 1936, cuando Lluís Companys accedió al Gobierno de la Generalitat

Dentro de la oportuna recuperación de la obra periodística de Chaves Nogales, la editorial Almuzara edita ¿Qué pasa en Cataluña?, obra cuyo contenido, por otra parte tan actual, se refiere sin embargo a los primeros meses de 1936, cuando Lluís Companys accede al gobierno de la Generalitat, tras la victoria del Frente Popular en febrero de ese mismo año. A esta serie de artículos, de enorme sagacidad política, se añade la entrevista que Francesc Maciá concedió a Chaves Nogales en diciembre del 31, apenas proclamada la Segunda República, y cuyas declaraciones, de tono ponderado, juicioso y conciliador, en una hora incierta de la España moderna, distan mucho del tenor usual con el que hoy se dirigen los representantes de la clase política española.

Por otra parte, es muy posible que el lector conozca los discursos que tanto Manuel Azaña como Ortega y Gasset defendieron en las Cortes durante el periodo de discusión parlamentaria del Estatuto de 1932. Ambos discursos, de indudable altura intelectual y generosidad política, no se vieron acompañados por la incandescente realidad española, y hoy pueden ser leídos, quizá erróneamente, como muestras de una trágica ingenuidad, entonces imprevisible. Este es el peligro que acecha al lector que ahora se acerque a las páginas de ¿Qué pasa en Cataluña? El peligro de leer la actualidad española, la deriva secesionista en la que nos hallamos inmersos, como una mera repetición de lo ocurrido durante la Segunda República y los años de la Guerra Civil. Y no sólo por la vieja frase de Marx, donde se pronostica la vuelta de la Historia convertida ya en farsa; sino porque las condiciones en que se produjeron aquellos sucesos, y la propia voluntad de sus actores, son radicalmente diferentes a los que hoy nos asisten. Así, si la actitud de Azaña hoy se nos aparece provista de un inopinado candor, pensando que daba solución definitiva a las aspiraciones del catalanismo; si Ortega resumió en el verbo conllevar el dilatado, el inagotable proceso nacionalista; si Maciá y Companys hablan de una República Federal Española, como forma de articular el nuevo Estado democrático, la situación actual parte de un concepto que en las crónicas de Chaves Nogales aparece como marginal y poco fiable: el separatismo radical, encauzado entonces por un autonomismo no lastrado por la animadversión a lo español, que podríamos resumir en el "España nos roba" que los nacionalistas conservadores han adoptado, significativamente, de la Liga Norte italiana y su "Italia nos roba".

A esto cabe añadirle otras diferencias cruciales, que arrojan nueva luz sobre el separatismo moderno: tanto la Segunda República como el autonomismo catalán son fruto, en buena parte, de una reacción política a la grave situación social, agravada por la dictadura de Primo de Rivera. Son fruto, asimismo, de la fuerte politización del siglo, hoy enormemente diluida o casi inexistente (durante la revolución de Asturias del año 34, Companys se apresuró a proclamar el Estado catalán, luego sofocado militarmente). Sin embargo, ninguno de estos condicionantes, a excepción de la crisis, se dan hoy. Ninguna de las causas inmediatas que provocaron el advenimiento de la República, entre las cuales hay que señalar la universal penuria que sucedió al crack financiero del 29, concurren a suscitar un paralelo entre ambas situaciones, sólo en apariencia similares.

Quizá la distinción más obvia sea la señalada por el político regionalista Durán y Ventosa en marzo del 36, y que Chaves recoge oportunamente: "Todo el problema de Cataluña radica en esto: en que los hombres de la izquierda sean o no capaces de comprender que su misión es la de constituir la vanguardia de la burguesía, su línea defensiva contra los embates del proletariado revolucionario". Durante el breve lapso en que la Esquerra republicana de Companys asumió el poder, ésta pretendió ser la difícil función moderadora, y en última instancia conservadora, de su mandato. Hoy, por contra, son los partidos burgueses, representantes de la industria y la clase acomodada catalana, quienes ejercen de vanguardia de una Esquerra separatista, sin que medie además la amenaza anarco-sindicalista de aquel entonces.

Conviene, pues, ser cautelosos a la hora de establecer paralelismos entre la Cataluña de Chaves Nogales, brillantemente analizada aquí, y la Cataluña de Artur Mas. Si aquélla soñó una España más próspera y más justa (con todos los matizaciones que se crean oportunas), ésta de ahora no sabemos con seguridad qué sueña. Quizá el sueño parasitario de una España vampírica; quizá el sueño paradójico de una liberación, operado, no sobre las brasas de una dictadura, sino sobre el cuerpo fatigado de un país libre.

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