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La conquista de la noche

  • En los inicios del siglo XX y del periodismo moderno, los bohemios aportaron un caudal de estilo y osadía a los periódicos: Miguel Ángel del Arco evoca a cinco de ellos

La conquista de la noche

La conquista de la noche

Rétif de la Bretonne, en Las noches revolucionarias, da cuenta de un formidable hallazgo cultural, acaso involuntario, entre la sangre y el estrépito de la Revolución francesa. Dicho hallazgo no fue otro que la conquista de la noche; y en consecuencia, la multiplicación de la ciudad, de su esplendor abisal, y el nacimiento de "el hombre de la multitud" de Baudelaire y Poe, que llegará a su ápice -un ápice de botillerías y cafés-cantantes- con el siglo XIX. En esa nueva terra incognita es donde medra la flor, en absoluto ingenua, del periodista. Y lo hará revestido con la soberbia menesterosa, con el orgullo perdulario y exánime del bohemio. Ahí es donde encaja Cronistas bohemios (Taurus), espléndida antología de periodistas del 1900, obrada por Miguel Ángel del Arco, y en cuyo estudio inicial vemos crecer un fenómeno que hoy se nos antoja inexplicable, pero que entonces fue el abrupto aliviadero, el vericueto urbano, por donde hallaron expresión las fuerzas creativas de su siglo.

En este sentido, debemos recordar que cuando Valle publica sus Luces de bohemia (1920), la bohemia ya es un fenómeno marginal, un recuerdo de otra hora, que ha sido devorado por la sombra ominosa de la Gran Guerra. Y ello por una razón muy simple (por una razón de carácter técnico, en realidad), que el lector comprenderá de inmediato: mediada la década de los años 20, los periódicos son ya entidades de carácter empresarial, con enorme capacidad de difusión, que guardan poca similitud con las breves publicaciones de naturaleza política que habían caracterizado la prensa europea hasta ese momento, atropellado y agónico, de la bohemia. Con lo cual, todo ese mundo que alentó en los cafés, que madrugó en las tabernas, todo ese pequeño orbe que vivaquea y perece en las calles de Madrid, daría paso a las grandes redacciones del XX, y a un modo de ejercer el periodismo, basado en la publicidad y la información, que orillaba el viejo periodismo de combate que alumbró a las grandes firmas que aquí se incluyen. Como señala oportunamente Del Arco, nadie recuerda hoy, a pesar de haber sido contemporáneos y afines del modernismo y el 98, a periodistas como Luis Bonafoux, Joaquín Dicenta, Pedro Barrantes y Antonio Palomero. Nadie sabría situar, si no fuera por Valle-Inclán, el escalofriante desamparo que se abatió, finalmente, sobre Alejandro Sawa. Todos ellos fueron nombres de primer nivel, que disfrutaron de una enorme popularidad (el sevillano Sawa venía de la bohemia de Verlaine y el Barrio Latino); y sin embargo hoy es el recuerdo de Rubén y el 98 el que se sobrepone a toda aquella literatura. ¿Cuál es la razón de que esto ocurra? Acaso la naturaleza volátil de su obra, o el abrupto nacimiento de un nuevo periodismo que procedía, sin embargo, de todos ellos. O quizá quepa atribuirlo, sin más, a la azarosa mano que escoge los nombres que la Posteridad ama.

Lo cierto, en cualquier caso, es que en esta escogida nómina de bohemios se halla el origen de nuestra moderna literatura. Moderna por cuanto se expresaba en la vía urgente y sincopada del periodismo; y moderna porque era la cuestión política, el drama social, las pequeñas desventuras de la vida cotidiana, lo que ocupaba sus páginas. Cansinos Assens, otro sevillano de la bohemia, retrató todo ese ambiente de escasez en La novela de un literato. Un ambiente, vuelvo a repetir, que debe su existencia a varios fenómenos concomitantes, que caracterizan la cultura de aquella hora: el magnetismo de la urbe, el triunfo de la burguesía y ese nuevo género, entre social y ático, que ha sido siempre el periodismo. En ese Madrid aluvial, copado por el sagasta-canovismo, es donde crecen las innumerables publicaciones que darían sustento a la bohemia. Y es en los cafés del entresiglo donde se formaría la nueva opinión, el discurso político, de una España futura.

En cierto modo, la historia de la bohemia es la historia de esos cafés: Fornos, El Colonial, La Montaña, el Nuevo Café Levante, Pombo, Lion d'Or... Y su declive es parejo al declinar de ese mundo. Como ya supondrá el lector, la literatura que se derivó de ahí fue necesariamente una literatura rauda y combativa, que no renunció, sin embargo, a un acusado refinamiento. En buena medida, la bohemia fue una forma menesterosa de dandismo. De su áspero renunciamiento, de su incuria febril, de la hercúlea tarea de reescribir a cada paso el mundo, nace nuestro actual y menos agitado prosaísmo.

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