Cultura

Las claves del terror

Seguimos en esa continua línea de mantenimiento en las carteleras de una película de terror, por lo menos. Como mínimo tenemos una a dos todas las semanas con relevos intermitentes y siempre constantes. No podemos menos de destacar uno de los últimos estrenos de género tan prolífico, como es 1408, basado en un relato de un autor extraordinariamente fecundo en este género y de una recurrente proyección cinematográfica a lo largo del tiempo. Stephen King tiene un gran volumen de obras de inequívoco impacto terrorífico en lectores y espectadores con un carácter muy particular, que obtiene especial significado en este argumento, breve en su origen, aunque alargado, tal vez excesivamente, en la realización del director sueco Mikael Hâfström.

El protagonista de esta narración es una especie de 'alter ego' de su autor, lo que nos recuerda El resplandor (1980), de Stanley Kubrick, como ya indicaba en mi crítica, publicada el pasado lunes día 24. Es decir en él vienen a sublimarse esas características propias de un escritor, que, en este caso, parece inmolarse en sus propias obsesiones morbosamente terroríficas. Tal vez en este 1408 se contenga toda la tensión y el despliegue de todo el espanto de que el autor es capaz de expresar. Es decir las claves del terror que han dominado todos sus libros con un mayor grado de fantasía o de adaptación a ciertos aspectos de la realidad más alarmante que haya podido llevar a sus novelas y cuentos, todos ellos fielmente especializados en los distintos grados de la crueldad o el pavor humanos.

Aquí el escenario de su espeluznante relato es la habitación de un hotel en la que han ocurrido sucesos aterradores, lo que ha decidido a la dirección del establecimiento no alquilarla. Hará una excepción con un escritor especializado en libros sobre sucesos y fenómenos paranormales. Ni que decir tiene que se cumplen en tan maldita estancia todas las sospechas escalofriantes que se anunciaban al tozudo cliente.

El director, Mikael Hâfström, con la dificultad de llevar al cine un relato breve, no ha sabido dosificar adecuadamente su duración. Convertido en largometraje de más de cien minutos de duración, no ha acertado a dotar su realización de la suficiente entidad narrativa y de la necesaria emoción para que la historia mantenga el interés de los espectadores. Son, sin embargo, las más valiosas virtudes puramente cinematográficas del film su inventiva visual y su intenso surrealismo en ocasiones. Tanto es así que en buena parte de su desarrollo se sostiene y desenvuelve correctamente. Pero llega un momento en que el tema gira sobre argumentos que se van desgastando inexorablemente y el espectador lo nota de manera notable.

Por todo ello la realización se vuelve, además de reiterativa, artificiosa y rebuscada en muchas ocasiones. Es entonces cuando a la hora de elevar el clímax y lograr nuevas expectativas o sorpresas para el público, la película sigue dándole vueltas a los mismos elementos expresivos que dejan de resultar convincentes para los espectadores, pese a sus continuos golpes de efecto. Como en mi primer análisis de la película, insisto, que uno de sus grandes valores los representa su extraordinario protagonista: ese gran actor que es John Cusack, como ya nos tiene demostrado en sus frecuentes actuaciones.

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