arte | la muestra, hasta el 4 de junio, celebra los primeros 20 años del museo vasco

Mucho más allá de Pollock

  • El Guggenheim de Bilbao revisa el expresionismo abstracto con una antológica procedente de la Royal Academy de Londres que es la más importante dedicada al fenómeno en medio siglo

En su novela Busca mi rostro, John Updike fabuló la vida de Lee Krasner, la pintora que estuvo casada con una de las mayores celebridades artísticas del siglo XX, Jackson Pollock. Y aunque ocultó su identidad bajo un nombre ficticio, en los pensamientos y recuerdos de su protagonista bulle la crónica de esos años 40 del siglo pasado en los que el centro de gravedad del arte se trasladó de París a los Estados Unidos.

Durante mucho tiempo la crítica asoció a la mayoría de estos artistas bajo la etiqueta de Escuela de Nueva York; sin embargo, el expresionismo abstracto fue un fenómeno mucho más rico, variado y fluido de lo que pensábamos, e incluso menos viril, pues mujeres como Krasner o como Joan Mitchell tuvieron un protagonismo hasta hace poco invisible y al que ahora comienza a hacerse justicia. "No diría que fue un movimiento sino un conjunto artístico que explotó durante y después de la Segunda Guerra Mundial en las dos costas de Estados Unidos. A diferencia del cubismo de Picasso, Braque y Juan Gris, aquí no hubo un grupo reducido y cohesionado de artistas", señala el comisario David Anfam de una corriente poliédrica pero donde la escala colosal es parte característica, a veces en obras sumamente expresivas y otras contemplativas a través de los grandes campos de color.

Fue un fenómeno más rico, variado y fluido que esa etiqueta de Escuela de Nueva York

Frecuentaban espacios y lugares, escuchaban con atención lo mismo (freejazz, la poesía beat), pero cada uno hablaba de un modo distinto y particular. Estadounidenses como Pollock (que nació en Wyoming) o Clyfford Still compartían esa pulsión emocional del expresionismo alemán y la mirada a la cuna de la abstracción, ese viejo mundo turbulento del que procedían el armenio Arshile Gorky, el holandés Willem de Kooning y el ruso Mark Rothko. Figuras atormentadas en muchos de los casos, deprimidas, suicidas, alcoholizadas, cuyas obras hoy se disputan con ruidosa alegría los plutócratas rusos, árabes y asiáticos batiendo récords en las principales casas de subasta.

En aquel contexto marcado por la guerra y la destrucción, los expresionistas abstractos dieron un nuevo significado a la pintura, reivindicando la misión trascendental que corresponde al artista. Su influencia ha sido decisiva, y es la que revisa ahora el Museo Guggenheim en una ambiciosa antológica organizada junto a la Royal Academy de Londres, de donde procede, y que podrá verse hasta el 4 de junio en el espacio bilbaíno gracias al patrocinio de la Fundación BBVA. Más de 130 obras de una treintena de autores, entre las que no faltan algunas de las joyas de la corona del movimiento, como el Mural que Pollock realizó en 1943 para la residencia de Peggy Guggenhein en Manhattan y que pudo verse el año pasado en el Picasso de Málaga. O como la Elegía a la República española nº 126 de Robert Motherwell, inspirada en ese lienzo donde Pollock plasmó un sueño de animales en estampida. O como los nueve préstamos del Clyfford Still Museum de Denver, que los guarda con un celo extraordinario y de donde nunca habían salido. O como la escultura Tanque tótem III de David Smith, exponente del deseo de los comisarios de arrojar luz sobre aspectos menos conocidos del expresionismo abstracto, como sus logros escultóricos y fotográficos, o como el papel decisivo que jugó la costa californiana en su concreción.

David Anfam, autor del catálogo razonado de la obra de Rothko, y que ha preparado esta muestra junto con la comisaria de la Royal Academy Edith Daveney, y con Lucía Aguirre por el Guggenheim bilbaíno, ha planteado un recorrido que arranca con los primeros autorretratos de Pollock, de su esposa Lee Krasner y de Gorky, rodeados por otras obras que aún conservan figuras humanas.

A partir de ahí podemos seguir, en salas separadas, la trayectoria de los máximos exponentes del expresionismo abstracto, "que se tomaron muy en serio su misión estética y esa seriedad se refleja en todos los aspectos del arte", insiste Anfam sobre tan pesado fardo: Gorky y Rothko acabaron suicidándose, Pollock murió conduciendo ebrio en un accidente de tráfico. El encargado de identificar su cuerpo devastado fue otro artista, el italo-americano Conrad Marca-Relli, del que aquí se presenta un collage de 1959, Muro este.

Aunque el expresionismo abstracto fuera considerado durante largo tiempo un movimiento marcadamente misógino, Anfam insiste en que no lo fue más que la sociedad de la época, y que Krasner, por supuesto, pero también Mitchel y Helen Frankenthaler produjeron su mejor obra cuando se zafaron de las comparaciones y asumieron su carácter singular y único. Esa libertad resulta admirable en trabajos como Salut, Tom, un políptico compuesto en Francia en los años 70 donde Mitchel rinde tributo a los Nenúfares de Monet. O como Europa, un lienzo de Frankenthaler que hoy es imposible contemplar sin nostalgia en los inciertos tiempos del Brexit y la era Trump. La reflexión política, además, es inseparable del expresionismo abstracto porque al impacto que la contienda española y la segunda guerra mundial, así como la contemplación del Guernica de Picasso en el MOMA, tuvieron sobre aquellos jóvenes, se suma el apoyo que la CIA dio desde la sombra a esta corriente como una más de sus estrategias en la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

"Esta muestra se clausuró en Londres el pasado 2 de enero y ha sido un período de muchísimo trabajo hasta llegar aquí, me agrada mucho ver de nuevo las obras en una organización tan diferente. Rechazamos algunos préstamos para no abrumar al público pero conviene recordar que a Clyfford Still y Rothko les gustaba ver sus obras abigarradas, que se crearon en estudios pequeños, pues incluso el de Rothko en Long Island o el de Still en San Francisco eran diminutos, y que esta idea del cubo blanco es muy posterior. Por aquel entonces, las galerías decisivas, como la de Peggy Guggenheim, colgaban las obras muy cerca unas de otras", explica Anfam a este medio.

Apasionado de las salas dedicadas a Still, Rothko y Reinhardt, Anfam señala al público la idoneidad de haber enfrentado las esculturas en acero de David Smith con la obra gigante de Richard Serra en la planta baja del Guggenheim, ambos trabajando materiales y colores similares. Una prueba más, a su juicio, de la capacidad del expresionismo abstracto para poner a dialogar el mundo de ayer y de hoy.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios