Cultura

Waters transita por la frontera de lo sobrenatural en su novela 'El ocupante'

  • La escritora localiza la acción en una mansión victoriana convertida en una metáfora de la Inglaterra de posguerra

La escritora británica Sarah Waters transita en su quinta novela, El ocupante, por la frontera entre lo sobrenatural y lo fantástico con una historia que sucede en una mansión rural victoriana, que es una "metáfora de la Inglaterra de posguerra".

Waters explica que la novela arrancó con la investigación que realizó para su anterior libro, Ronda nocturna, que sucede durante y justo después de la II Guerra Mundial.

"Si en la anterior intentaba explorar los efectos que tienen los tiempos de guerra sobre el género y sobre la sexualidad, cuando preparaba esta última novela me di cuenta de que la II Guerra Mundial tuvo un impacto enorme en la manera en que las distintas clases sociales se relacionan en el Reino Unido", indica.

Tras la guerra, recuerda Waters, la gente de clase trabajadora salió exigiendo un país más justo y votó a un gobierno socialista, que proporcionara vivienda social y un sistema público de salud, pero al mismo tiempo esa reacción de las clases trabajadoras causó "terror entre las más acomodadas, gran alarma y gran odio".

Después de que todas sus novelas anteriores estuvieran enclavadas en Londres, esta quinta obra está ambientada en Hundreds Hall, una gran mansión de la Inglaterra rural, "un tipo de construcciones que han jugado un papel muy importante en las relaciones sociales británicas y en las que vivía una gran familia que proporcionaba trabajo a la comunidad local, siguiendo casi un esquema feudal".

Durante el siglo XX se produjo, anota Waters, un proceso de descomposición de estas enormes casas, donde los trabajadores ya no querían ser siervos.

A partir de ese contexto, Waters comenzó a imaginarse esa gran mansión, cuyos propietarios, la familia Ayres, se habían quedado en una situación crítica, con una única sirviente adolescente, Betty.

"En seguida vi que era una casa fantasmagórica, que podía ser una buena metáfora de lo que estaba pasando en el país", apunta la autora británica, quien distingue entre los fantasmas tradicionales y los llamados poltergeist.

En su opinión, "mientras un fantasma es un espíritu de alguien fallecido, un poltergeist es una energía maligna que queda liberada en algún lugar".

La propia autora leyó muchas historias de poltergeist, algunas de las cuales tenían un carácter doméstico -se rompen vasos, se enciende el fuego de la chimenea-, "acontecimientos sobrenaturales que reflejan alguna tensión reprimida en la vida familiar".

Siguiendo esa lectura, Waters cree que Hundreds Hall simboliza la nación inglesa, que pasaba por momentos de grandes cambios sociales. La mansión, con todo su espíritu agresivo, viene a representar la tensión subyacente en el país.

Para recrear Hundreds Hall, Waters visitó muchas casas antiguas del siglo XVIII, de las que extrajo sobre todo detalles ornamentales y arquitectónicos.

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