Fila siete

Terror temperado

Decía Nelson McCormick, director de gran experiencia en populares series televisivas _CSEI, House y Prison Break_, como reseñábamos en nuestra crítica de la película Una noche para morir -de la que es realizador_, publicada el sábado pasado en esta sección, que con Saw (2004), de James Wan, y sus inevitables secuelas, dado el éxito de la primera, y que, en cierto modo, repite en Sentencia de muerte (2008), recientemente estrenada en España, que no ha llegado a Huelva, se "había ido lo más lejos que podíamos en cuanto a violencia en pantalla" y que por eso él pretendía en su película sobre la clásica intriga de instituto, tan cultivada por el cine de Hollywood, una mezcla de thriller y terror más temperado.

De cualquier manera no falta el cine de psicópatas, al que Una noche para morir es bastante fiel, tratando de darnos una nueva versión de aquella película canadiense que realizara Paul Lynch en 1980, que no parece ser una especie de American pie (1999), de Paul Weitz, uno de los films de adolescentes más nostálgicamente recordados de la década anterior, "con sustos", como la citaba Ángel Sala, el director del Festival de Sitges, donde se presentó. No es eso, sin duda, pero tampoco es la mítica Cumpleaños mortal (1981), de J. Lee Thompson, y por supuesto está muy lejos de San Valentín sangriento (1981), de George Mihalka, si hemos de citar historias relacionadas con memorables celebraciones, como es la que hoy nos ocupa, que en su mayoría transcurre durante un baile de fin de curso de los alumnos de un instituto.

El slasher, cine de sobresaltos y de gritos, que en Una noche para morir también se prodigan notablemente, suaviza sus aristas más truculentas y aún reiterando ostensiblemente el esquema tradicional del film de intriga y terror con un psicópata habitual, que no tiene escrúpulos en llevarse por delante a varios personajes antes de perpetrar su asalto definitivo a la protagonista por la que siente una obsesión morbosa, trata de suavizar el habitual estilo de psycho killers sangrientos y los abusivos planos subjetivos con borbotones de sangre, mutilaciones y masacres bien explícitas al estilo de cualquiera de las versiones de La matanza de Texas (1974), de Tobe Hooper -un incunable del gore más macabro- o La casa de los mil cadáveres (2003), de Rob Zombie, si hemos de citar un ejemplo más reciente.

Este modelo más temperado, más suave en sus expresiones más violentas de Una noche para morir no es que le haya restado a Hollywood su capacidad para asustar a la gente y levantarla de la butaca con un grito de pavor. Días vendrán en que tendremos en la pantalla ese tipo de espectáculos truculentos que nos sobrecojan y nos pongan al borde de un ataque de nervios. Pero hoy por hoy en esta sucesiva serie de revisiones, reinvenciones y auténticas clonaciones de películas de otro tiempo, como es el caso, hemos de tener títulos como éste que tratan de acercar el género a espectadores más jóvenes -aunque hay una permisividad bastante considerable en el acceso a las salas en nuestro país-, a los que evitar esos espectáculos sangrientos de tan cruel realismo como hemos visto últimamente.

Perteneciendo a esa cinematografía tan reiterativa calificada de terror juvenil, Una noche para morir, que por otra parte carece prácticamente de los mejores valores que pueden atribuirse al thriller de terror o de asesinos en serie, presenta otras perspectivas más llevaderas para cualquier espectador que sienta ciertos reparos con los excesos en que incurría este tipo de cine.

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