Cultura

Sobre el Murillo más codiciado

  • La revista 'Andalucía en la Historia' profundiza en la crónica del expolio francés que llegó a requisar un millar de obras de arte de iglesias y conventos, entre ellas, los mejores ejemplos del autor sevillano

La muestra del Museo del Prado Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad, que estos días supone uno de los mayores atractivos expositivos en la capital madrileña -en un verano especialmente fértil con la coincidencia en esta pinacoteca del último Rafael y de la antológica de Hopper en el Thyssen- tendrá en su parada en Sevilla nuevas y poderosas razones para su visita. El Hospital de los Venerables, sede del Centro Velázquez, acogerá la muestra que habrá de ser recordada por el regreso a su marco original de la Inmaculada, pintada hacia 1679, la más emblemática representación de la virgen pura de cuantas fueron realizadas por el maestro sevillano, que, hoy, brilla con una luz especial gracias a la magistral restauración que María Álvarez-Garcillán concluyó en 2009. Como adelantó Gabriele Finaldi, comisario del proyecto, en la presentación de esta coproducción entre el Prado, la Dulwich Gallery y la Fundación Focus, la pintura lucirá de nuevo arropada por el majestuoso marco del escultor barroco Bernardo Simón de Pineda, de donde fue arrancada durante la campaña militar en Andalucía emprendida por el mariscal Soult, jefe de las tropas napoleónicas. Cuando en octubre la tela regrese al espacio para el que fue concebida, en la institución que mandó construir y financió el propio De Neve, parte de la memoria artística que una vez poseyó Sevilla regresará a su origen, aunque sea de manera temporal, pues, de momento, no hay razones que indiquen que el museo madrileño, adonde fue devuelto el cuadro en una operación de "secreto de Estado" en 1940, vaya a desprenderse de una de sus joyas más queridas. Un lienzo muy apreciado en la España del XIX del que Balzac llegó a escribir: "Entre las cosas que me han podido recordar la gloria del primer amor, se encuentra la vista del lago Brenne, algunos motivos de Rossini y la virgen de Murillo que posee Soult".

Del azaroso periplo de esta tela, de la justa fama de Murillo (Sevilla, 1617-1682), de la finalidad de su pintura "primordialmente consoladora en la ciudad que vivió el declive y la pérdida del calado del río Guadalquivir -por donde entraba el oro de Indias- a favor de la vecina Cádiz, de los encargos artísticos que De Neve solicitó a Murillo y, sobre todo, del impune saqueo artístico comandado por el mariscal Soult y el regreso a España de una de las imágenes marianas más populares versa el artículo de la escritora Montserrat Rico Góngora, Crónica de un expolio y su restitución. La Inmaculada de los Venerables de Murillo, para el último número de la revista Andalucía en la Historia, editada por el Centro de Estudios Andaluces.

"No había pintor mejor pagado que él, porque nadie conseguía hacer de los seres celestiales personajes tan próximos a las víctimas de una época y de sus amargas circunstancias", apunta Rico Góngora. La fama de Murillo venía de muy atrás. A principios del XVIII, la reina consorte Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V, adquirió varios cuadros que hoy engrosan los fondos del Prado, y de hecho fue ella quien "inició el gusto del maestro en las Casas reales europeas", cuenta Rico. Luis XVI, Catalina la Grande de Rusia, Maximiliano de Baviera fueron algunos de los soberanos que compraron lienzos del sevillano cuya obra, hoy, es parte del discurso museográfico en algunas de las pinacotecas más importantes del mundo como el Hermitage o la Alte Pinakothek.

Pero no todo fue comprado en mercados oficiales y almonedas. El interés de las tropas napoleónicas por las obras que el sevillano realizó para los templos de la ciudad tenía su razón, según la especialista, en "la proyección del autor en el extranjero". "Hoy día se aprecia un cuadro de Murillo más que un van dyck o un tiziano", llegó a escribir el crítico Antonio Palomino en su célebre Elmuseo pictórico y escala óptica, en 1724.

"Se salvaron apenas las pinturas del monasterio de los Capuchinos que fueron enviadas a Gibraltar en una medida de protección", escribe Rico Góngora, de entre el millar de óleos que tuvieron como destino el Museo Napoleónico de París. A la muerte de Soult, en 1852 sus herederos se desprendieron de su colección. La Inmaculada, por ejemplo, fue adquirida en subasta por el Louvre por 615.300 francos, el valor más alto alcanzado por una obra hasta entonces, y en sus paredes colgó de forma imperturbable hasta 1940.

Como si de una novela de espionaje se tratara, bajo la atenta custodia de René Huygue, conservador del Louvre, el cuadro cruzó, en tren primero y en camión después, toda una Francia ocupada por el ejército nazi hasta llegar a Port-Bou, una pequeña población en la frontera con España, en una de las operaciones más recordadas del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, creado durante la Guerra Civil, y el Gobierno de Vichy. Razones de Estado detrás, acuerdos y contrapartidas, el cuadro regresó a España hace ya más de 70 años como uno de los iconos más bellos del Prado.

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