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Sorprende la obra de Juan Carlos Castro Crespo por su sinceridad. Un visitante advierte que uno de los cuadros está colocado al revés; otro le responde: "Igual ha sido una valentía del pintor al ponerlo de esa manera"; un tercero media: "Será que le viene bien para encajarlo en el hueco". Y un cuarto, convencido de la intención del artista, cierra: "Es que lo ha pintado así y lo tiene que poner así". Lo cierto es que si la sinceridad es una virtud que no deja sitio a la indiferencia, la obra de Castro Crespo atrae porque, entre otros valores, la posee.

Una exposición de arte suele ser una fuente de sensaciones que recibe quien la ve, y que, si tiene interlocutor a mano, expresa. De algún modo, cada cuadro salido del pintor saca del que lo mira algo que llevaba dentro y es cuando la comunicación se establece y la obra completa su ciclo.

Lo mismo que surgen preguntas de viva voz ante este o aquel cuadro, los que se expresan en silencio con la escritura también lo han hecho. Juan Antonio González Márquez establece el marco creativo: "Una luz primaveral y vespertina bien tamizada inunda el estudio del pintor. [...] El estudio está en silencio. El visitante se siente en esos momentos como uno de los gatos que el gran Balthus arroja en muchos de sus cuadros: electrizado […] se prenda de los rostros, torsos, figuras, caras, espaldas y semblantes humanos que pueblan la estancia. Esa luz parece incluso transmitir un lejano murmullo que, por un momento, se convierte en soledad sonora, pues crees que son esos humanos los que se dirigen a ti. Desde ese instante, la puerta del diálogo está abierta, los ojos del espectador están dispuestos para interpelar a los que nos reclaman desde el otro lado del lienzo, de la tabla o del papel o del cuaderno de apuntes del pintor que, abierto sobre la mesa, reclama también nuestra atención […] las historias que concita permiten al espectador ir elaborando una cartografía de lo humano, una ontología del existente humano que es, al mismo tiempo, un diagnóstico de la época que nos ha tocado vivir y también del hombre que somos".

Juan Villa escribe que "Los paisajes de Castro Crespo se nutren de la vida, se empeñan en contarnos historias de las casas, de las calles, de las peñas, de los campos, de las playas, del mar... en una personalísima arquitectura donde todo cabe, de todo se sirve el artista para transmitirnos su mirada: expresivas manchas de color, certeras líneas que recomponen y subrayan su intención, objetos de toda laya, disímiles, atrabiliarios, que por su mano, libre, inventan su propia armonía. El collage, algo así como pegote en castellano, lo presenta Max Ernst en 1919, en Colonia, en una exposición Dadá, padres medio putativos de los surrealistas, y de la interpretación de la mancha como génesis de la pintura ya habló Leonardo. Son estos dos elementos de los que se vale Castro Crespo no para imitar la naturaleza sino para mostrarnos sus misterios a través de su mirada, que es interior, para desvelarnos lo que en ella permanece oculto y sólo es visible al ojo de la imaginación del artista, el que crea imágenes: sus cuadros".

Eliacer Cansino cree que a la "versatilidad, eficacia, creatividad, seguridad, sorpresa y un profundo cuidado por la factura de la obra" de Castro Crespo, hay que añadir que "tiene algo de vertiginoso […] una gestualidad rápida (como si quisiera atrapar la fugacidad del mundo)" […] Sus bodegones "están como yéndose, detenidos apenas un instante, sorprendidos ¿más que contemplados? por el flash de su mirada. Y eso, porque sospecho que para él la contemplación, la quietud, es un ejercicio dificilísimo. De ahí que le guste más llegar a los objetos que esperar a que estos lleguen a él".

Para Francisco José Martínez López, una de las facetas de Castro Crespo que más le "fascinan es la de combinar creación y ciencia. [...] Un día me dijo: "Francis, estoy haciendo mi tesis doctoral, que consiste en un gran número de láminas que cuentan los últimos 3.000 años de historia de nuestra ciudad. ¿Cómo la tengo que presentar al tribunal?" Le pregunté: "¿Pero no tienes textos, citas al pie y demás ropajes de la ciencia?". Me dijo: "No; mi tesis son las láminas".

Juan Bautista Cáceres ve a Castro Crespo como "un creador humilde como todos aquellos que hacen del talento el principal valor de su obra".

Rafael Delgado cree que Castro Crespo "muestra su genial faena. Desde que pintara La Cuadrilla, (cuadro de una emotiva historia) hace cuarenta años, vuelve en un trajín inacabable a las cinco en punto de la tarde, y nos recrea a Los tres niño, a Pero Alonso, a Juan y a Francisco; a los Hernández Pinzón, a la Plaza de Armas de un coso taurino donde el albero está a la altura de la atalaya del castillo".

Carmen Ciria ve que dos grandes ventanales "filtran la luz del patio Nicolasa, llamado así en recuerdo de la tía de Charo, su mujer, su compañera. Son dos grandes ventanas que delimitan dos territorios: exterior (el mundo), e interior, el espacio de la pintura y de la escultura, allí donde conviven cachivaches de todo tipo (animales disecados, obras por terminar, recuerdos de viajes, cuadros de cara a la pared, esculturas, libros apilados en desorden, tubos de pintura, caballetes) en una libertad asociativa, en una acumulación fructífera que acompaña y protege la autoexpresión del artista, su rigor constructivo, su coherencia personal, porque ser artista es una decisión vital".

Uberto Stabile valora el cuadro Robert Capa, mi abuelo y yo como "resumen de la mirada comprometida de Juan Carlos Castro Crespo, una interpretación crítica de la historia y de los intereses que ponen en juego la calidad de vida de nuestro entorno, un grito en ocasiones, un hartazgo en otras, que sin abandonar el goce de la experiencia estética, permite trazar el hilo conductor de un pensamiento crítico y alentador, esa reconciliación necesaria entre nuestra sociedad para entender, su propia historia y el valor del medio natural en el fue concebida".

Y para Abelardo Rodríguez es "hueso de la luz, pulpa de lo real, semilla de la mirada esencial desnuda, color en su forma, geometría, puzzle de su espíritu, mar y cabezo en calabaza, amarillo Trigo verde, pupila de uva Huelva destilada compuesta nuclear, irradiante, expansiva desde el emisor de luz Castro-Crespo. Luz en alma".

Todo eso sugiere la exposición de Crespo. Y más.

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