Crítica de Cine

Magnífico ejercicio de terror mudo

En el mejor cine el argumento, por ingenioso u original que sea, es sólo un punto de partida o un pretexto y lo esencial es su desarrollo a través del guión y, sobre todo, su conversión en imágenes y sonidos. Una película mediocre se limita a contar su argumento. Una buena película cuenta -comunica, sugiere- muchas cosas a partir de su pretexto argumental. La pregunta habitual -¿de qué trata esta película?- tiene así respuestas distintas según se trate de cine mediocre o de calidad. En el primer caso, basta con resumir su argumento. En el segundo, no. Y cuanto mejor sea la película más difícil será decir de qué trata. Porque su argumento será solo un pretexto en la literal definición de la RAE: causa aparente que se alega para hacer algo. Y ese algo es, precisamente, la película.

Un lugar tranquilo es un caso ejemplar. ¿De qué trata? Se puede responder con su sinopsis argumental: condenándose a un silencio absoluto una familia logra sobrevivir, totalmente aislada en una casa de campo, a una invasión de alienígenas ciegos pero de certero oído que reaccionan con violencia asesina a cualquier sonido. ¿Podrán evitar que un gemido involuntario de dolor, el ruido de algo que accidentalmente se deje caer o el llanto de un recién nacido -porque hay embarazo y parto de por medio- alerte a las bestias?

Pero en realidad Un lugar tranquilo no trata de esto. Trata del terror, del silencio, del ocultamiento, de la incomunicación, de la supervivencia en medio del horror llevada más allá de lo razonable por amor a los hijos. Trata sobre todo del peso de la responsabilidad de la paternidad en un mundo de pesadilla y del amor como miedo a perder a quienes se ama. De una parte puede recordar a La carretera de Hillcoat y de otro a La guerra de los mundos de Sipelberg. Las referencias a esta última, tanto en el planteamiento de la relación padre-hijo como en la escena de la bestia en el sótano son más que evidentes.

Se trata de un ejercicio de inteligencia y austeridad difícilmente imaginable en John Krasinski, un director indie lanzado por el inevitable Sundance Festival con su opera prima Brief Interviews With the Hideous Man y confirmado por la más bien pegajosa Los Hollar. Krasinski da un salto de calidad e inteligencia sorprendente en esta película de terror mudo construida por unos planos de sobrio impacto y una banda sonora que utiliza perversamente los sonidos (nunca las palabras: los personajes no se hablan para no atraer a los monstruos) y crea un suspense extremo en torno a esa posible ruptura del silencio que significa la muerte. El propio Krasinski interpreta al padre con una eficaz sobriedad que contrasta enriquecedoramente con la muda agonía que expresa con maestría Emily Blunt. Perfecta la no muy abundante banda sonora de Marco Beltrami: es de agradecer que no se abuse de la música para rellenar los largos silencios de esta película en la que solo se pronuncian dos o tres palabras o, como tantas veces se hace, para asustar con chimpunes. La única pega que le pondría es el diseño arácnido de las criaturas monstruosas, demasiado deudor de muchos otros monstruos. Poca originalidad para tan original película.

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