Cultura

El Louvre acaba con el mito del Vermeer solitario

A menudo considerado un pintor taciturno, concienzudo y solitario, el holandés Johannes Vermeer fue, sin embargo, la punta de lanza de una corriente que se formó en su país en la segunda mitad del siglo XVII, al abrigo de la expansión económica, industrial y comercial de la floreciente república.

Así lo demuestra la exposición Vermeer y los maestros de la pintura de género", presentada ayer a la prensa en el parisiense museo del Louvre y que estará abierta al público del 22 de febrero al 22 de mayo.

La muestra hace dialogar obras del genial artista (1632-1675) con otras de sus coetáneos, desde Gabriel Metsu a Gerard ter Borch, para mostrar que Vermeer no fue más que el más brillante de entre ellos.

"Vermeer no trabajaba aislado, era, en cierta forma, un artista en red, que vivió en un país rico y que tenía las mejores comunicaciones del momento gracias a sus canales", afirmó el comisario de la muestra, Blaise Ducos.

No hay rastro de si esos artistas, establecidos en diferentes ciudades, se conocían, de si se hablaban o compartían experiencias.

Pero la élite económica que se formó en las entonces denominadas Provincias Unidas, una república comerciante e industrial rodeada de monarquías, que llegó a dominar los mares durante años, se aficionó a coleccionar pinturas y a mostrarlas con orgullo.

La exposición del Louvre prueba que esos artistas "se copiaban, se admiraban, se hacían homenajes, guiños", señala Ducos.

Cuando un adinerado mecenas mostraba su colección, sus pares querían tener los mismos temas, pero mejorados. En ese ambiente se puso de moda la llamada "pintura de género", que retrataba escenas de la vida cotidiana.

Una competencia que enriqueció la actividad y que convirtió a Holanda "en la Nueva York de la época", en palabras de Ducos, quien señala que se pintaron más de cinco millones de cuadros.

En París se aprecian largas series con el mismo tema pintadas por diferentes artistas, cada uno a su manera, hasta que irrumpe el virtuosismo de Vermeer, "casi siempre al final de la cadena", que fue quien les dio una mayor maestría, una teatralidad más cuidada.

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