Cultura

Lea Lublin, la lúcida mirada de una artista

  • El CAAC expone el trabajo de esta creadora, que se preguntaba entre otras cuestiones qué es eso que llamamos arte

  • La autora cultivó la reflexión crítica, pero también el activismo

A primera vista es una pantalla de proyección. De hecho en ella aparecen imágenes de obras de las vanguardias artísticas: Picasso, Magritte, Klee, Mondrian. No se ven, sin embargo, con entera claridad. Esa imprecisión invita a acercarse. Entonces se advierte que son dos cortinas entre las que puede penetrarse ¿a través de la superficie del cuadro? ¿rompiéndola? Lo cierto es que al cruzar la sacrílega frontera, ves mejor la proyección. ¿No será entonces que sólo cruzando la superficie del cuadro, entrando en él con osadía, se puede rastrear qué es eso del arte? ¿Qué pretende en este trabajo Lea Lublin (Brest, 1929, entonces Polonia - París, 1999)?

Lo aclaran las entrevistas filmadas: la autora pregunta a autores y críticos qué es eso que llamamos arte. No es desde luego la historia clasificada de estilos y tendencias. Tampoco la mera contemplación: la mirada que, demorándose en la forma, no se atreve a cruzarla en busca de sentido. El arte, si es tal, debe ir más lejos: conectar con los deseos, dudas y agobios de cada día. Por eso hay que saber mirar y atreverse a hacerlo.

En la exposición, Lublin también rastrea ciertos enigmas que detecta en la pintura tradicional

Así lo advierte a la entrada de la muestra un óvalo de neón verde, similar a un ojo. En su interior, en neón anaranjado, se lee: el ojo alerta. Lublin cumple la advertencia. Primero, con imágenes que el fervor, la rutina o la pereza mental convirtieron en fetiches. Así, la figura del general San Martín en Argentina o las de Martí, Castro y Guevara en Cuba. Junto a ellas, las del arte, La Gioconda, por ejemplo. Lublin reproduce todas y les añade un limpiaparabrisas: una escobilla para desempañar la mirada de tópicos, convenciones e ilusiones falsas.

Pero la mirada vigilante de Lea Lublin llega más lejos: rastrea ciertos enigmas que detecta en la pintura tradicional. Analiza Judit decapitando a Holofernes, de Artemisia Gentileschi, divide el cuadro en cuatro pasos y los dibuja cuidadosamente para sugerir que Gentileschi evoca en la obra una violación (el pomo de la espada aludiría al pene y los brazos abiertos del militar asirio, a las piernas de una mujer) y un parto (la cabeza decapitada sería un trasunto del inicio de un nacimiento). Aún más audaz es su análisis de ciertas madonnas renacentistas. La estructura perspectiva privilegia, dentro del cuadro, la figura del niño cuidado por la madre, y fuera del lienzo, a dos instancias: el pintor que ordena la historia y el espectador que la contempla. Estudiando varias madonnas, Lublin sospecha que al destacar los genitales del niño y la actitud de la madre, el Renacimiento encriptó en su pintura un deseo incestuoso que reafirma el dominio del varón (pintor o espectador) en la sociedad patriarcal.

La estructura de estos cuadros (Giovanni Bellini, Botticelli, Ghirlandaio) apunta más lejos, a la pintura abstracta. Lublin advierte que las diagonales que conforman estas obras son análogas a las del suprematismo y al saber que Malevitch colgó su célebre Cuadrado Negro en el lugar donde solían estar los iconos, se pregunta si el arcaico deseo condensado en los cuadros renacentistas no se habrá desplazado hasta la abstracción. La respuesta es una obra donde monocromos al pastel rodean a cuadrados negros.

Apenas contaba Lea Lublin dos años cuando su familia emigró a Argentina. Allí se forma en la Escuela de Bellas Artes y en las diversas iniciativas del Instituto di Tella. La amenaza de la dictadura la hace viajar a Francia. Volverá no obstante a Buenos Aires y allí reconstruye los pasos de Marcel Duchamp en la ciudad, en 1919. Descubre en el piso donde vivió una ventana francesa (French Window) que pudo ser el arranque de la Fresh Widow (viuda fresca: alegre -en alusión a la opereta- o reciente -¿cuántas mujeres convirtió la guerra en viudas?-) del artista francés. Encuentra algo más: un licor o jugo de lima marca Rose's ¿no será la raíz del célebre alter ego de Marcel Duchamp, Rose Selavy? Lublin convierte en obras propias esos hallazgos, fiel a la mirada atenta, al ojo avizor, con que examina la arqueología de lo vivido, experiencias que sedimentan en arte.

Pero esta mirada perspicaz no se agota en la reflexión crítica. Lleva también al activismo. Invitada a participar en el Salón de Mayo de 1968, presenta Mon fils: la obra es ella misma cuidando a su hijo de siete meses, lo distrae, lo amamanta, le cambia el pañal. En 1978 propone Disolución en el agua: mujeres, artistas o no, marchan hasta el Pont Marie. Allí arrojan al Sena una gran pancarta con 25 preguntas: ¿es la mujer una víctima sexual? ¿una imagen inmaculada? ¿una santa madre? ¿una puta? ¿es propiedad privada? ¿es la proletaria del sexo? Preguntar es más fértil que afirmar: la pregunta no excluye sino inquieta, y más que denunciar invita a reconocer. Lublin también la emplea al hablar de arte: ¿es el arte deseo, gozo, sublimación, neurosis? ¿es lenguaje, signo, reflexión, concepto? Lublin siempre evitó dar las cosas por cerradas. Prefería indagar (lo hemos visto) y antes que afirmar, debatir y conversar.

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