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John Boyne destroza el mito heroico de la Bounty

  • El autor de 'El niño con el pijama de rayas' le da la vuelta a la conocida historia del célebre motín en el navío británico

La verdad y el poder se esquivan a veces con éxito insólito, por eso el motín del velero británico Bounty se conoce "al revés" y se elude además lo "corrupto" de su misión: obtener semillas baratas para alimentar a los esclavos, algo que el autor de El niño con pijama de rayas, John Boyne, aclara en su última novela.

John Boyne (Dublín, 1971) recuerda que si El niño con el pijama de rayas fue un "parto" de solo 60 horas, Motín en la Bounty, que acaba de publicar en España Salamandra, nació de una investigación de ocho meses y otros diez de escritura, bastante más de lo que tenía previsto. Fue una travesía difícil para reivindicar la figura del denostado capitán William Bligh y poner en su sitio a Fletcher Christian, el oficial que fue capaz de amotinarse porque prefería vivir en la libérrima Tahití, dejar 19 hombres a la deriva e, inexplicablemente, subir a los cielos cinematográficos como un héroe, según Boyne.

Le apetecía escribir una historia como la del HMS Bounty porque después de El niño... tenía ganas de "aventuras a la antigua", de homenajear a su "adorado" Dickens y sus relatos de huérfanos, pero, sobre todo, de depurar unos hechos que tienen poco que ver con lo que Clark Gable, Marlon Brando o Mel Gibson han interpretado para el cine. "¿Un ajuste de cuentas? Sí, aunque la ironía es que siendo una obra de ficción acaba siendo un relato más exacto del viaje y el motín que los conocidos hasta ahora", reivindica Boyne, que sólo ha incorporado un personaje ficticio, el del criado de 14 años del capitán, John Jacob Turnstile, que es el narrador de la historia.

Pensaba que todo iba a ser mucho más "divertido" pero la verdad es que esta historia, 220 años después, es "oscura" y la hace "tan interesante" que los descendientes de unos y otros continúan estando de actualidad. Si los herederos de Bligh -ascendido a capitán y nombrado gobernador de Nueva Gales- claman en programas de radio por la bondad de su comportamiento frente a los amotinados, los de Christian y sus secuaces, que recalaron en la isla de Pitcairn, se enfrentan a varias acusaciones por abusos sexuales. El autor cree que de haber sido Bligh un aristócrata como Christian o el guardiamarina Peter Heywood las cosas habrían sido distintas y los responsables "no habrían escapado de la justicia".

La parte más difícil del libro, revela Boyne, es la que ocupa el relato de los 48 días que Bligh y otros 18 hombres pasaron en el bote de siete metros en el que los abandonó Christian a su suerte y en el que hicieron 3.618 millas náuticas, las que separaban Tofua de Timor. "Ha sido un desafío porque quería que fuera tan fácil de leer como el resto, pero también quería describir cómo evolucionaba Bligh y si era capaz de mantener su mando frente a la desesperación de no llegar a tierra civilizada". Pero el capitán no era "un santo", sino más bien un hombre de su tiempo, que creía que la forma inglesa de hacer las cosas era "la única posible".

"No hay que perder de vista que la meta final de su viaje era lograr plantas del árbol del pan en Tahití para sembrarlas luego en el Caribe y dar de comer a los esclavos de Su Majestad", apunta Boyne.

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