Cultura

Heterogéneos y heterodoxos

  • Con motivo del cincuenta aniversario de la eclosión de la 'Nouvelle Vague', la editorial T&B ha publicado un acercamiento a la historia y a los principales protagonistas de la vanguardia francesa

Aunque uno de sus principales exponentes ya no esté entre nosotros (François Truffaut) y otro haya formalizado recientemente su jubilación (Eric Rohmer), los demás siguen en la brecha (Jean-Luc Godard, Alain Resnais, Claude Chabrol) y todos juntos o por separado siguen inspirando a una vasta nómina de émulos convencidos, como ellos, de que puede hacerse cine actuando precisamente contra el cine; o sea, contra la idea generalizada del mismo. Este amor incondicional por el Séptimo Arte, además de sus pretensiones rupturistas, son el nexo de unión de un plantel de realizadores como el arriba mencionado, en el fondo, tan dispar en sus modos como en sus logros (Según Jean-Pierre Melville, la única cosa en común de este heterogéneo y heterodoxo grupo de cineastas era el justito presupuesto de sus películas).

A pesar del apoyo de la industria y del público, sin los cuales habría sido la fugaz flor de unos pocos días, la Nouvelle Vague no las tuvo todas consigo ni entonces ni ahora, cuando se celebra el quincuagésimo aniversario de su revelación. Ante sus numerosos defensores se planta una nutrida legión de detractores, no menos apasionados que los primeros, cuyas voces podemos escuchar, si bien desacreditadas, en este libro de Javier Memba, una aproximación sucinta y enamorada a la Nouvelle Vague, y a sus protagonistas, y a sus películas más famosas. Acabamos de hablar de "enamoramiento"; debemos añadir, en honor de la verdad, que éste no lleva a la ceguera y, si bien uno discrepe de Memba en bastantes ocasiones (pero, hombre de dios, ¡cómo se le ocurre decir que "en el cine, lo que no es literatura, es fontanería"!), hay que reconocerle una firme voluntad crítica, indispensable en estos menesteres.

La historia oficial es, en sus líneas maestras, conocida. En la Francia de posguerra, en ese París que no se acaba nunca, "un grupo de fanáticos" -así lo definió Truffaut- se reunió alrededor de la Cinémathéque Française, donde saciaron su hambre de cine, y luego al calor de la revista Cahiers du Cinéma, en cuyas páginas dieron rienda suelta a sus filias y sus fobias. De muchos textos de entonces, hoy sólo suscribiríamos la vehemencia con que se escribieron. Y es que, como todo movimiento con pretensiones de hacer borrón y cuenta nueva, la Nouvelle Vague se consolidó a base de negar la valía de las generaciones precedentes, la de los padres, la de los abuelos, incapaz de reconocer cuánto debían sus integrantes al cine de Marcel Carné, por ejemplo, a quien pusieron verde -y es decir poco- desde las columnas de Cahiers. Luego, estos cinéfilos se pasaron tras la cámara.

En la primavera de 1959, el festival de Cannes acogió los exordios en el largometraje de Truffaut (Los cuatrocientos golpes) y Resnais (Hiroshima, mon amour), concediéndole al primero el premio al mejor director. Ese mismo año, Rohmer hizo su primera película (Le signe du lion) y Chabrol estrenó la segunda (Los primos), mientras Godard ponía en marcha su debut, que estrenaría al año siguiente, la mítica Al final de la escapada. Una cosecha magnífica. Javier Memba fija en 1965 el mojón temporal más allá del cual carece de sentido hablar de aquella Nueva Ola francesa. ¿Por qué? Con la sola excepción de Godard, la plana mayor del movimiento se había integrado en el sistema y engrosaba las filas del cine de qualitè tan denostado en sus años mozos. El caso más sintomático es François Truffaut, la Ira de Dios en Cahiers du Cinéma, transfigurado en cineasta dócil, de pulcra caligrafía, mimado por unos y otros. Su cine nada tiene que ver con sus textos críticos; Memba lo dice de esta manera: "Truffaut fue el artífice de una idea en la que jamás militó: la modernidad cinematográfica", de ahí que, y esto lo digo yo, el autor galo sea más interesante como teórico que como cineasta.

¿Qué queda hoy de todo aquello? Mucho. Cincuenta años después, gente como Jean-Luc Godard sigue siendo una fuente de inspiración para cineastas tan variopintos como Wong Kar Wei, Lars Von Trier o Quentin Tarantino. Aquellas películas suyas, además de precioso testimonio de un tiempo ido, son obras de una rara espontaneidad, filmadas con una libertad contagiosa, y están llenas de vida. Y muchos de sus fotogramas han pasado al álbum íntimo del cinéfilo. Las aguas quizás se hayan calmado, pero aquella Nueva Ola sigue alzando la cresta, insolente.

Javier Memba. T & B. Madrid, 2009

Carlos Aguilar Cátedra Madrid, 2009

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