gerardo Olivares. director de cine

"Hermanos del viento' es lo mejor que he hecho visualmente"

  • El cordobés estrena su nueva película, rodada en los Alpes y centrada en la relación entre un niño y un águila

  • Jean Reno y Manuel Camacho son los protagonistas

Gerardo Olivares (Córdoba, 1964).

Gerardo Olivares (Córdoba, 1964). / josé martínez

Pocos meses después del estreno de El faro de las orcas, en la que trabajó con Maribel Verdú,llega ahora a los cines Hermanos del viento, la tercera entrega de la trilogía sobre niños y animales a la que Gerardo Olivares ha dedicado sus últimos años. Una producción austriaca (país donde ha sido la cinta más taquillera del último año) protagonizada por Jean Reno y Manuel Camacho. Junto al austriaco Otmar Penker, el cordobés dirige este largometraje que ha llegado ya a los cines.

-¿Cómo nace el proyecto?

-Se plantea cuando un productor austriaco ve Entrelobos, le gusta y la compra para venderla internacionalmente. Un día me llamó y me dijo que estaban trabajando en un documental sobre águilas reales en los Alpes. En principio era para la televisión austriaca, pero se habían dado cuenta de que tenían un material impresionante y querían llevarlo a la gran pantalla, metiendo una historia de ficción protagonizada por un niño. Cuando leí el guión vi que era una historia muy sencilla que tiene un mensaje que a mí me gusta mucho. Pensé que esta película podía ser una buena herramienta para la gente joven de sensibilización, concienciación y educación medioambiental. Cuando se armó toda la producción surgió la necesidad de buscar un niño y tiré de Manuel Camacho, que tenía 12 años. Rodamos en el norte de Italia, en la región de los Dolomitas, y en el Tirol austriaco. Los jefes del equipo éramos españoles y había profesionales italianos, austriacos, alemanes y portugueses. Con experiencias como esta te das cuenta de que el mundo está cambiando. Frente a los localismos y a los nacionalismos, el mundo va por otro lado. Me gustó mucho el rodaje por la internacionalización del equipo.

-¿Cómo se desarrolló el rodaje y qué dificultades planteó?

-Ya sabes lo que decía Hitchcock: hay que evitar hacer películas con niños y con animales. Yo, con Entrelobos, El faro de las orcas y ésta, tengo ya casi un máster hecho. Pero eso no era lo más problemático. Para mí trabajar con Manuel no es un problema, al contrario. El problema mayor en este rodaje ha sido que casi todo se ha hecho en exteriores, y en los Alpes el cambio de tiempo es brutal y tienes a veces las cuatro estaciones en un mismo día. Tú empiezas a rodar una secuencia por la mañana con sol, a las 12 del mediodía se nubla..., y no sabes si esperar a que vuelva el sol o volver a empezar la secuencia con niebla. Eso fue una locura. Los cambios de luz que teníamos fueron terribles. Yo quería que en la película se viera el paso del tiempo a través de los paisajes y para eso había que rodar en invierno, primavera, verano y otoño, lo cual requirió una planificación enorme. Se creó una unidad de naturaleza y todas las imágenes que rodó había que intercalarlas luego con la ficción. Pero ahí está el resultado. Ha quedado una película que, visualmente, creo que es lo mejor que he hecho.

-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con las águilas?

-Usamos 17 águilas, la mayoría de un centro de recuperación de aves rapaces del sur de Austria, de los más importantes de Europa. Había desde polluelos recién nacidos hasta águilas adultas. Dependiendo de la secuencia o el plano, usábamos una u otra. Había águilas más agresivas y menos agresivas, a algunas les gustaba volar muy alto, a otras muy bajito, había polluelos un poco mayores pero que se quedaban dormidos a los cinco minutos de empezar a rodar por el calorcito de las luces y entonces había que cambiarlos... Teníamos un tinglado increíble de águilas en el plató. Y hay secuencias de águilas salvajes, por ejemplo una en la que un águila ataca a un rebeco. Esto no estaba preparado, surgió, apareció un águila, atacó al rebeco y tuvimos la suerte de poder rodarlo. Había un equipo de naturalistas que formaban la unidad de naturaleza, dirigida por uno de los grandes directores de naturaleza del mundo, Otmar Penker. El dirigió toda la parte de naturaleza. Yo dirigí la ficción y luego me pasé casi un año en Viena con el montaje. El productor quería que lo hiciera yo porque los cineastas de naturaleza pasan tanto tiempo solos en el monte, esperando, que un plano que ellos saben que les ha costado mucho rodar quieren introducirlo sí o sí, y el productor quería que yo, que no había vivido tanto esa parte, lo hiciera guiándome más por la historia que por el corazón. Trabajé con 200 horas de material de naturaleza para buscarle un sentido a todo lo que se había rodado e integrarlo en la ficción.

-Más allá de las águilas, la película ofrece un muestrario de la fauna alpina...

-Sí, esa zona es muy rica en fauna, así que parte de la historia consistía en ir mostrando el bicherío que hay allí. Queríamos enseñar la naturaleza no sólo en plan documental sino también que formara parte de la acción, con secuencias como la de los polluelos de águila peleándose con los cuervos.

-De esta trilogía, ¿qué rodaje le ha planteado más exigencias?

-Los tres. Cada rodaje es un mundo. Si me preguntas por toda mi carrera, diría que el más duro fue el de 14 kilómetros, una película pequeña pero con sólo cinco personas en el equipo, rodada en el desierto, sin infraestructura. De la trilogía, cada película ha tenido su complicación. En Entrelobos, aunque rodamos en Cardeña [en la provincia de Córdoba], estábamos trabajando con lobos, que aunque estén criados en cautividad no dejan de ser animales salvajes. Respecto a El faro de las orcas, rodar en la Patagonia es muy duro, por el viento, los cambios bruscos de clima...

-En Hermanos del viento también se trata la relación del hombre con el hombre, a través de un conflicto dramático trabajado con cierto minimalismo, sólo tres personajes.

-Sí, el niño se refugia en la naturaleza y el águila es el elemento que de alguna manera le permite escapar del padre. La idea era crear un ambiente en el que el niño se sintiera mal por la relación con su padre, y cuando encuentra el polluelo descubre que tiene una misión en la vida. Cuando se convierte en águila adulta surge para él el dilema. Y el personaje de Jean Reno es el que le va guiando.

-La historia está planteada como un cuento, con un narrador en off y un esquema de planteamiento, nudo y desenlace...

-Es como una fábula. No sabíamos si jugar más con los silencios o que el personaje de Jean Reno fuera contando la historia. Como hay una parte de naturaleza muy importante que no queríamos convertir en un documental al uso, apostamos por la segunda opción.

-¿Cómo fue el trabajo con Reno?

-Muy fácil. Yo estaba acojonado porque nunca había trabajado con un big name, como dicen los americanos. Es un profesional como la copa de un pino, viene con el guión aprendido, se ha preparado su personaje, le gusta hablar con el director antes de rodar y luego ya sólo le tienes que marcar un poco el tono. Sus padres son españoles, le gusta mucho Andalucía y eso creó un ambiente muy bueno.

-¿Y con Manuel Camacho?

-Es un diamante en bruto. En las dos películas que ha hecho ha demostrado lo que lleva dentro. Yo le digo que ha tenido mucha suerte con las dos películas que le han tocado, dos papeles que le vienen al pelo. No es lo mismo rodar en un plató desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde... Normalmente con los niños cuesta, hay que ensayar mucho, pero él es muy rápido, no haces más de dos o tres tomas por plano.

-La cinta ya se ha estrenado en varios países. ¿Cómo ha ido?

-En Austria ha sido número uno. En Italia ha ido muy bien, en Francia no ha estado mal, en los países del Este ha funcionado bien y en Alemania, flojita. Esto del cine es un misterio: dependes de tantos factores...

-¿Y cómo ha sido la trayectoria de El faro de las orcas?

-En España, regular: España está muy difícil para el cine. Cuesta mucho meter a la gente en las salas. En Argentina ha sido increíble cómo ha funcionado. Y me dicen que en Netflix está yendo muy bien también.

-Entre las partes de la trilogía se pueden establecer correspondencias, de personajes, conflictos...

-Sí, pero me apetece cerrar esta etapa de mi carrera. Ahora estoy trabajando en una historia totalmente diferente, una road movie por el norte de África. Quería cambiar de registro. Es una historia que descubrí en 1990, cuando atravesé el desierto del Sahara en un Seat Panda. Me encontré con unos franceses en la frontera con Mali que iban viajando en un Peugeot 504. Fue un movimiento que surgió en los años 70, cuando los franceses dejan las colonias. Los coches que usaban eran estos, coches robustos. Hubo algunos avispados que se dieron cuenta de que eran coches que tenían muchas salidas en el mercado africano: los compraban de segunda mano en Francia, los bajaban atravesando el desierto hasta Mali y Níger y allí los vendían. De eso va la historia. Es una comedia de aventuras y una road movie y queremos rodarla en febrero.

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