Cultura

Futilidad y belleza

  • El escritor y ensayista Fernando Savater gana el Planeta con 'La Hermandad de la Buena Suerte', una novela policíaca sobre la hípica, el azar y la hermosura fugitiva

Hasta cierto punto, resulta irónico que Savater se alce con el Planeta gracias a una novela como ésta, cuya trama gira en torno al azar, la hermosura del mundo y "la infinita vanidad del Todo" de Giacomo Leopardi. Recordemos que fue Savater quien introdujo el magisterio de Cioran en la literatura española, lo cual equivalía a ilustrarnos sobre el vacío y la náusea, y en suma, acerca de la honda aflicción que significa ser hombre. No ocurre así con La Hermandad de la Buena Suerte (y tampoco con el resto de la obra de Savater, dicho sea de paso). En esta sencilla novela, en este relato esquemático o fábula ejemplar, lo que se elucida es un antiguo asunto, muy diverso de aquél que ocupó las horas del pensador rumano: se trata de la hermosura, de la ficción, de la necesidad urgentísima de contemplar, en éxtasis arrobado, cuanto de bello e inútil, cuanto de gloriosamente improductivo estremece y abulta nuestras vidas.

Así, podríamos decir que las páginas de La Hermandad... vienen dirigidas por la esperanza. Sin embargo, no es eso. De las cuatro categorías de la elegancia que definió el maestro D'Ors: la estoica, la epicúrea, la narcisista y el dandysmo, sin duda Savater pertenece a la segunda. En esta novela sobre caballos y jockeys, sobre carreras y parados y hombres a la deriva, el epicúreo Savater lo que propone es el más asombroso de los conjuros: aquél que nos induce a disfrutar del mundo, de su milagroso e inagotable centelleo, aún a sabiendas de la inutilidad del empeño. De este modo, a la simple lección filosófica, le vendrá bien una estructura simple, más unos personajes arquetípicos (el Dueño, el Sultán, el Doctor, el Príncipe, el Profesor, el Comandante), que se deslizan sobre un fondo de esplendor y ocio. Nada hay tan apasionante, cumplida la tarea de la supervivencia, como lo irrazonado y accesorio. Sobre la pista, espléndidos caballos ejecutan una danza milenaria, mientras los hombres, a coro, se entregan a un clamor atávico. A juicio de Savater, es esta sobreabundancia de lo vivo, el necesario olvido de las penuria cotidiana, el fabuloso músculo que mueve, o debiera mover, el mundo. Todos los personajes mencionados, de una manera u otra, se han convertido en siervos de la belleza. Todos, quiérase o no, oscilan entre la torpe ambición de poder y la muda estupefacción ante lo hermoso. De este modo, la trama (el secuestro de un jockey irlandés, y su posterior búsqueda por un singular grupo de mercenarios), no es más que una breve metáfora de otras búsquedas más historiadas: el Grial, el oro alquímico, la Piedra Filosofal, el agotado motor inmóvil de Aristóteles. No obstante, lo perseguido en La Hermandad de la Buena Suerte es algo mucho más accesible y llegadero. Se trata, al fin y al cabo, de la prosecución de esos minutos en que la vida se suspende; de ese tiempo sin tiempo, dilatado por el asombro, en el que el hombre sospecha, y quizá sabe, que hay algo colosal y fatídico, también irrepetible, en nuestra existencia. Todo esto, acudiendo al adagio de Blade Runner, se disolverá "como lágrimas en la lluvia". Sin embargo, aquellos que contemplaron la dicha, no habrán vivido en vano. He aquí la apacible moraleja de Savater, y el secreto epicúreo de esta novela, cuya simplicidad está al servicio de lo filosófico, y cuya filosofía esta al servicio, al espléndido servicio de la vida.

En este sentido, no es casual el linaje literario que Savater ha escogido para La Hermandad de la Buena Suerte. Como dice alguno de sus personajes, no se trata de la inducción abrasiva, de la lógica vertiginosa de Sherlock Holmes, sino del don visionario y la calma anodina del padre Brown. Es decir, que frente Conan Doyle y las multitudes inhóspitas del XIX, Savater ha elegido el ancho padrinazgo y la mendacidad alegre de G. K. Chesterton. A ambos los une el amor a las cosas. A ambos los separa Dios. En ambos casos se trata de una inteligencia festiva. Quizá, La Hermandad... no sea una gran novela; sin embargo, se trata de una obra sugerente y viva. Sepa el lector que en esta vida que nos propone Savater hay un lugar para la valentía, para el estupor, y en cualquier caso, para la maravilla.

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