II Circuito Andaluz de Asociaciones de JazzCrítica cine

Fusión en su máxima potencia

El jueves se reanudó en el Gran Teatro el ciclo de conciertos del II Circuito Andaluz de Asociaciones de Jazz. El grupo invitado fue Siete Cuartos, una formación de jazz fusión aportada por la Asociación Jaén Jazzy con una interesante propuesta musical. Es una lástima que el público de Huelva no responda a este tipo de iniciativas únicas. El ciclo, organizado en Huelva por las asociaciones de jazz locales (Jazzolontia, Müzzic y Tom@jazz) está intentando traer a la capital lo más interesante del jazz andaluz pero, quizá por la escasa publicidad o por la falta de apoyo oficial (la presencia institucional ha sido nula en todos los conciertos), el público no ha respondido como se merecía la propuesta.

El concierto comenzó con mucha energía, dejando patente desde el inicio que Siete Cuartos no hace un jazz clásico sino una fusión que mira hacia el rock, el blues y alguna influencia (muy sutil en el repertorio del concierto) al flamenco, incluso algún toque soul. Carlos López a la guitarra demostró llevar el peso del grupo. Punteos rápidos, guiños sentidos al blues, a Scofield. En el segundo tema, Pim Pam, se escucharon acordes que sonaban funk. El poderoso groove generado por la sección batería-bajo arrastró al público a un escenario inesperado, el de un jazz-rock con fuerza, hipnotizante, sensaciones que continúan con Andariego, un tema de su primer álbum (Viaje, de 2015). Toca aquí reseñar que todos los temas interpretados eran composiciones originales del grupo.

En su web se definen como jazz mediterráneo pero en el concierto del jueves Siete Cuartos nos mostraron su cara más potente, más rock, y sólo pudimos escuchar alguna referencia flamenca en algún tema, como Sal fina (con unas líneas de solo en el bajo, muy poético) o en Poniente, tema que estrenaron esa noche y que aparecerá en su próximo disco, un tema a tempo medio con aires mediterráneos y muy lírico, a pesar de la fuerza con la que tocan. Porque todo en Siete Cuartos suena a energía, incluso las baladas (Martín, que el guitarrista escribió para su hijo).

Lo más potente, sin discusión, son los unísonos en los que el grupo alcanza el clímax, un elemento hardbop que, llevado al jazz-rock, es espectacular en directo, unísonos que culminan los chorus o sirven de final a las canciones y que no dejan indiferente al público. Toda una experiencia.

El final del concierto llegó con una versión del estándar de 1964 Cantaloupe Island, compuesto por Herbie Hancock, un guiño a los aficionados después de escuchar sus composiciones originales, que el grupo reinterpretó a su estilo, con mucha energía y unos solos de guitarra y de saxo que añadían nuevas capas y colores al tema clásico. Quizá la versión más poderosa de Cantaloupe Island que se haya hecho nunca. El poderoso unísono del grupo volvió a sonar para despedir al poco público congregado, que salió del Gran Teatro celebrando positivamente el concierto que acababan de ver.

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