Crítica de Cine

Épica milenaria de plástico digital

En lo que va de Sorgo Rojo a esta Gran Muralla, o lo que es lo mismo, del intimismo a la épica de plástico, de la disidencia interior a la hibridación globalizada, del relato rural como metáfora del presente censurado a la fantasía guerrera como nuevo formato del orgullo patriótico, la declinante trayectoria fílmica de Zhang Yimou ejemplifica como pocas la brutal transformación de una gran nación en un gran mercado, la mutación de una cultura milenaria en un gigantesco parque de atracciones, el dramático tránsito de una mirada humanista y crítica a otra contaminada por ese nuevo y despersonalizado universo del audiovisual facturado para las consolas y los mandos a distancia.

Co-producción costosísima entre Hollywood y esa nueva China capitalista convertida en el gran mercado aún por conquistar, La gran muralla no deja de ser una de las series B más caras de la historia, un feo filme de aventuras (dos mercaderes europeos llegan a China para comerciar con pólvora y se ven envueltos en una lucha militar contra monstruos de leyenda) en el que todo aroma clásico queda literalmente sepultado bajo toneladas de CGI caótico y apresurado, texturas y colores sintéticos, sinfonismo ramplón traído de Juego de tronos y los vanos intentos de Yimou por coreografiar (como ya hiciera, con mucha más armonía y belleza en Héroe, La casa de las dagas voladoras o La maldición de la flor dorada) tamaño desmadre en una forma mínimamente orgánica que disimule el carácter frankensteniano, superficial y sin alma de la propuesta. De la caracterización de Matt Damon o las posibles implicaciones y lecturas geopolíticas de actualidad mejor no hablamos. No merece la pena.

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