Juan Cobos Wilkins. Poeta

"Debemos aprender a transformar la soledad de enemiga en amante"

  • El autor riotinteño presenta este jueves en la Casa Colón 'El mundo se derrumba y tú escribes poemas', su esperado regreso a la poesía. Sus versos descarnan cinco años de vacío y desazón.

Ya han quedado atrás pero Juan Cobos Wilkins (Riotinto, 1957) viene de unos años muy difíciles. En los últimos cinco se ha enfrentado a pérdidas familiares, a una dolorosa orfandad que le ha marcado mientras sentía más que nunca el peso de la edad. Ha contemplado el sufrimiento creciente en los más débiles y el vacío se apoderó de él. Lo refleja en El mundo se derrumba y tú escribes poemas, del que habla ahora con perspectiva, dejando atrás esa etapa oscura, dispuesto ahora a "no desafinar en la vida, a vivirla y disfrutarla".

-Vuelve a la poesía con un poemario muy personal y muy duro, escrito en los últimos cinco años. En Vértigo dice: "Entre el ser y la nada hay un poema". ¿Fue un refugio en un momento difícil?

-Durante años, El mundo se derrumba y tú escribes poemas ha sido mi compañero. Y como tal, me ha reñido, me ha alentado, me ha llamado al orden y al desorden, me ha puesto firme y me ha abrazado. Conmigo ha permanecido hasta entrar juntos en el sueño, y a mi lado, velándome, estaba al despertar.

-Puede que la poesía tenga mucho de desnudez pero aquí se presenta íntimo, vulnerable, en plena cuesta abajo. ¿No le da reparos revelarlo?

-No hay mayor protección que la desnudez. ¿De qué pueden despojarte si ya tú has dado todo cuanto podías entregar? Pero no hay cuesta abajo, no, eso no. Lo que late permanentemente son alas, alas que buscan el cuerpo del que las separaron. Lo que incesantemente palpita es el cuerpo, un cuerpo que persigue las alas que le hurtaron.

-Su primer poema, que da título al libro, es una declaración de intenciones. Ya ha dicho que el título fue la primera piedra.

-Lo fue. Surgió con la rotundidad de un cegador relámpago: El mundo se derrumba y tú escribes poemas contenía todo lo que pujaba por ser dicho: el mundo que creímos habitable se desmoronaba como las Torres Gemelas, desaparecía bajo un tsunami. No latía al ritmo de la sístole y diástole del corazón humano, la línea que lo definía no era la del electrocardiograma sino la línea quebrada de los mercados, de la bolsa, esa fría línea de avaricia, de porcientos, de saqueo, que nos quiebra a todos. Lo personal y lo social, lo público y lo privado se ayuntaban, y la indefensión, el desamparo, el vacío, se convertían en uno de esos insondables agujeros negros del espacio que hasta la luz devoran.

-También sugiere mucho ese cuadro enigmático de la portada, esa torre de babel que surge entre las nubes, como el recuerdo de un pasado.

-Se titula La torre del poeta y lo tengo en casa. Es un impresionante cuadro de Faustino Rodríguez, un pintor dueño de un mundo propio, de rigurosa técnica pero poseído por algo que, en creación, me importa y mucho: el vuelo de la imaginación, el enigma. El trabajo creativo es exigencia, indagación, rigor, esfuerzo, introspección hasta besar a los demonios interiores, pero… si al final no aparece el misterio, el "no sé qué que queda balbuciendo", que dijo San Juan de la Cruz, no hay trascendencia.

-Quizá el sentimiento más hiriente que refleja es el de la pérdida, la orfandad. Los últimos poemas, Casa vacía y, sobre todo, El hijo, hablan de un mundo que se fue y ya no volverá. ¿Es lo que más le ha marcado de esos años?

-Tanto en prosa como en verso, nunca ha sido complaciente mi escritura, al contrario. No hay más que pensar los temas que tocan las novelas El corazón de la tierra y El mar invisible, o los libros de poemas Llama de clausura y Para qué la poesía. En mi obra aflora el vértigo de la existencia, el vértigo de un funambulista que camina descalzo sobre un altísimo cable suspendido en el vacío; no hay red debajo y en un extremo de su pértiga lleva la armonía y en el otro la pasión.

-Son constantes en el libro las referencias a un mundo que se resquebraja. Habla de "la vida ya en despiece", de "el mundo que te expulsa". Hay mucha desolación en ese "simulacro de existencia". Parece un descenso a los infiernos.

-Recordando al Premio Nobel sueco Tranströmer, me atrevo a decir que la costa estaba baja y si subía la pleamar, aunque únicamente fuese un par de centímetros, la inundaría. Afortunadamente para mí, la poesía empapó esos centímetros. Y no me ahogué. En esa esponja empapadora, fértil, nacieron y crecieron los poemas de este libro.

-Hay inmersión en un vacío y mucha soledad. "Vas hablando, solo no, contigo/ por las calles". "Recuerda que todo cuanto amas lo amarás/ siempre solo". ¿Es difícil aceptar la soledad como compañera de viaje?

-Si antes evoqué a un poeta europeo, ahora traigo a mi memoria a un estadounidense, Robert Frost: "Dos caminos se bifurcaban en un bosque. Yo tomé el menos transitado, y esto marcó toda la diferencia." Ah, pero, eso sí, debemos aprender a transformar la soledad de enemiga en amante. Así, siendo amantes, podemos sernos infieles.

-El paso de los años, con todo lo que conlleva, va de la mano y está también muy presente. Ese hombre que añora ser joven, que se mira al espejo y apenas se reconoce.

-El libro está transitado por el tiempo, muy presente en poemas como el titulado Edad. Es uno de los grandes temas de la literatura. Entre mis escritores tengo a Marcel Proust, y su impresionante En busca del tiempo perdido. A todos nos ocurre que, a partir de una edad, te miras al espejo y dices: ¿Y este tipo, qué hace ahí usurpando mi reflejo? Nos soñamos y nos pensamos con un rostro que no es ya el que los demás ven al mirarnos. Es la vida. El ciclo de la vida, recordándonos que seremos ceniza, aunque un día fuésemos polvo enamorado.

-Porque también hay bálsamos para el dolor en el recuerdo de la niñez, del amor, y en la felicidad familiar pasada frente a la ausencia.

-Yo no estoy todo el día como el pensador de Rodin, como Atlas con la bola del mundo, con el existencialismo y la náusea de Sartre sobre mis hombros. Tengo bastante sentido del humor. Y poseo la fortuna de unos oasis que están conmigo: amor, amistad, lectores… Y un estado de conciencia que me permite gozar con intensidad el momento, disfrutar lo sencillo, el sol, el mar, una conversación…Y lo gozo con el éxtasis de quien ha aprendido que no hay nada más eterno y bello que la fugacidad.

-Es un poemario duro pero se vislumbra esperanza.

-A veces, El mundo se derrumba y tú escribes poemas ha sido, para mí, como esos ángeles que aparecen en antiguas estampas infantiles protegiendo al niño que, peligrosamente, se asoma a un precipicio. Pero este ángel, este libro, ha soplado en mi espalda y me ha precipitado al vacío para experimentar el vértigo de la caída y, después, cuando ya el suelo era una amenaza, me ha prestado sus alas para darme a conocer el vuelo.

-Vuelve a la colección Vandalia, una de las más prestigiosas en el panorama poético nacional. Y las críticas le están acompañando. ¿Quizá la clave es mostrarse más desnudo, ser más personal? ¿O tocar temas que conectan en los que cualquier lector se puede reflejar?

-No conozco más clave que ahondar hasta encontrar la luz. Pero la luz abisal. Esa que, tras el descenso al misterio de la más profunda e intensa oscuridad, se genera en uno mismo. Como los peces abisales que, en la profundidad insondable, en donde el sol no puede ya llegar, se encienden a sí mismos, se iluminan. Algo hay ahí extrañamente místico. Y a la par, me importa mucho y me compromete la solidaridad con el otro, con quien sufre, con los dejados en la orilla por una sociedad tan injusta, tan mezquina, tan egoísta e insolidaria. En este libro está muy presente, lacerantemente presente, esta enfermedad moral, este mal. Lorca escribió: "Soy partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega". Ahí intento estar.

-En Madrid presentó el libro ante más de veinte periodistas, una cifra llamativa para un poemario, incluso para un poeta de primer nivel. ¿Hay un renacer de la poesía? ¿Es también una medicina colectiva ante un mundo que se derrumba?

-Bueno… sí… La presentación de este libro en Madrid fue bastante impresionante y muy conmovedora. Superó con creces las más optimistas expectativas. ¡Veintitantos medios de comunicación, prensa, radio, televisión, redes sociales… acreditados para asistir a la presentación de un libro de poemas y de un autor que vive en una provincia! Y luego, tener entre el público que acudió a mi lectura a gente que admiro, como, por ejemplo, Amancio Prada, por citar solo a uno de los asistentes… En los últimos años advierto una efervescencia poética esperanzadora.

-Mañana lo presenta en Huelva, en casa, entre amigos, y lo hace de una manera muy especial, como en ningún otro sitio, con la música de Planeta Jondo, que versionó sus poemas antes, incluso, de la publicación del libro. ¿Qué le ha parecido la experiencia?

-He tenido el regalo de que, desde hace ya años, músicos y cantantes se acercaran a mi poesía. La sueca Carita Boronska, con rock, pop, jazz; los magníficos pianistas José Zárate y Rafael Prado, que compuso una maravilla sobre uno de mis primeros poemas; hace bien poco el grandísimo cantaor Arcángel grabó un disco con mi anterior libro, Biografía impura, y ahora Planeta Jondo que, antes de publicarse El mundo se derrumba… ya creó un espectáculo poderoso, impactante, titulado Golpea, como uno de los poemas del libro. Yo agradezco mucho este interés, lo valoro, aprendo y disfruto. En el horizonte también tenemos un proyecto el magnífico pianista Javier Perianes y yo de hacer algo juntos. Desde Moscú me escribió una noche diciéndome que ya tenía en la cabeza la música de mi poema más querido, el titulado Mater.

-La etapa de ese mundo personal que estaba en derrumbe quedó ya superada. ¿Qué es lo que toca ahora?

-Ahora toca no desafinar en la vida. Vivirla, disfrutarla. Y luchar por construir un mundo menos frágil, un mundo que no se derrumbe sobre los mismos de siempre.

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