cRITICA DE ARTE

Cuéntame un cuento

En verano releo viejos libros, eternos todos, que ya son libros viejos. Durante años han luchado como titanes contra dos dedos escrutadores pasa-páginas. Qué batallas más hermosas. Batallas de amor, de misterio, de dolor, de aventuras, de sonrisas. De superación. De ilusión. Un libro sin lector no existe. Un libro sin dos dedos es como un Picasso sin observadores furtivos. Hermosos y maravillosos libros viejos. Algunos buceados en mi más tierna infancia. Otros seducidos en la juventud. Los libros no padecen desmemoria. No tienen Alzheimer. Te hacen joven. Feliz. Te dan (la) vida. Ten dan la ilusión de que existe algo más que un pensamiento (el tuyo). Te hacen saber. Más importante, te hacen reflexionar. Te abren los ojos hasta gritar "¡más, quiero más libros! ¡Quiero más realidad para superar la ficción de la vida!".

Hace unos días me enfrenté de nuevo a Bastián Baltasar Bux, el personaje de la Historia interminable de Michael Ende. En una de sus primeras páginas, se escribe: "hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay". Prosigue luego, "quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro (…) quien nunca haya leído un libro en secreto (…) quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas (…) Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces". Lo que hizo, nada aconsejable, es robar. Robar "el libro de todos los libros". Pero… sin saber por qué… ese robo que no fue tal cambió su vida. La enriqueció.

Nunca escondo mis amores. Ni mis desamores. Jamás driblo el compromiso, ni la oportunidad de reivindicar lo que considero justo. En su precio. En su acción. La objetividad, como bien sabe, querido lector, es como la verdad, todo depende del cristal (de tus ojos y de tu moral) con que se mire. Intento conectar su respuesta a un contrato marco, sin síndicos tri-vagos, por supuesto, donde raciocinio, experiencia y lecturas de todo credo den, como a Manuel Altolaguirre, una luz a mi alma crítica.

Nunca he escondido mi amor por Víctor Pulido, autor de una creatividad mayúscula y sorpresiva, de un concepto plástico ilimitado y promiscuo, y de una disputa por buscar el lugar que se merece en este cruel mundo del Arte cerca de toda combatividad Marvel. Nunca escondo ese amor no respondido porque las verdades no han de esconderse. Han de decirse, saberse. Aunque no se encuentren. Si toda la verdad estuviera en el tablero de juego, los rumores, las imaginaciones capciosas, la mala leche y los codazos como tizonas no tendrían sentido. Morirían. Desaparecían. Entonces se podría mirar a los ojos sin miedo a qué dirán o qué harán. Soñar… es libre. Y baldío. Y de los sueños ya sintetizó con éxito Calderón.

Como artista, pintor, grabador y escultor, no encuentro ya más fortuna en las palabras para describirlo. Cada noticia de nueva exposición, otro salto mortal y un sobreesfuerzo de quien escribe por intentar descifrar un nuevo sueño, un nuevo cuento en forma de expresiones plásticas. Ahora le toca al libro recopilatorio que ha ilustrado a un gran cuentista, Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaíra, 1941), y que la Diputación con acierto ha editado.

Les propongo dos vías para recrearse en esta nueva ficción llena de realidad. Ir al libro, delicioso en su lectura y generoso en creatividad en sus ilustraciones, o acudir a la Diputación, la de la Gran Vía, tras ser cacheado vigilado por el guardia jurado y el arco de seguridad. En su entrada, como el que no quiere la cosa, sin el aspaviento cultureta del Hotel París (q.d.p.), se abre con una belleza sencilla y atrayente la exposición de las ilustraciones originales que Pulido ha tenido a (muy) bien acompañar al texto seleccionado de Almodóvar.

Sinceramente, me ha encantado. El libro. La exposición. De Víctor Pulido poco más puedo añadir. Le recomiendo que acuda, aunque el guarda jurado, todo amabilidad, le imponga. Puedo añadir que nada más puedo decir, pues todo se narra en sus obras. Bastan ellas solas. Cualquier añadidura explicativa es una estafa literaria, una memez retórica, un culto onanista a falta de mejores prácticas.

Pulido se baña en fantasía. Con delicadeza. Con alma de niño. Con sentimiento y obra de niño. La fantasía de Ende existe donde no se ve. Donde se siente. Y no siempre está en el desván. Los dibujos de Víctor Pulido, una vez más, beben de las aguas de la vida. Corazón. Alma. Cuentos donde la palabra se materializa en dibujos. En colores. Al alma. Al corazón.

Bastián no robó el libro. El señor Koteander, el librero robado, le espetó al joven lector al final de la novela: "tú no me has robado ese libro porque no me pertenece a mi ni te pertenece a ti (…) procede de Fantasía (…) quizá precisamente en este momento alguien lo tendrá en sus manos y lo estará leyendo". La historia interminable, se pregunta Bastián, "¿es distinta para cada uno?". Indudablemente. No todos vemos igual, ni escuchamos del mismo modo, ni decimos con el mismo y preciso verbo.

Visto lo visto, Víctor Pulido parece ser que aún no es una Historia interminable. Siempre es distinto… aunque se parezca a él.

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