Fila siete

Comedia inconveniente

Hace días escribí aquí que en una cartelera como la nuestra de tan baja entidad, donde faltan los títulos más aplaudidos que, con cierta envidia vemos en las carteleras de otras ciudades, mientras que en las nuestras contemplamos películas insulsas que se eternizan en cartel. Entre ellas en esa inevitable coincidencia de la trivialidad, la vulgaridad y la insignificancia más absoluta, la presencia de comedias entre las cuales no cabe destacar ninguna de verdadero interés y mucho menos de cierta calidad. Parece un género inevitable en la actualidad cinematográfica a pesar de su fracaso persistente. E insisto en lo de inevitable, como recordaba no hace mucho, porque si bien la comedia es uno de los género señeros y más prestigiosos del cine norteamericano, que en esencia es el que mejor la ha tratado, en los últimos tiempos no nos ha brindado sus mejores ejemplos.

Ahora mismo la comedia es el género más presente en las salas onubenses. No hay más que enumerar los títulos en cartel: Algo pasa en Las Vegas, de Tom Vaughan, encabezando la lista de las películas más taquilleras en las últimas semanas -todo un sarcasmo-; Papá por sorpresa, de Andy Fickman, más bien una comedia familiar y doméstica propia de la factoría Disney; Como locos… a por el oro, de Andy Tennant, que es una comedia de aventuras y Mi novio es un ladrón, de George Gallo, una comedia de enredos y corte casi policial. Reitero mi apreciación ya manifestada en las correspondientes críticas, que en ningún caso estamos ante títulos para recordar especialmente.

El último en sumarse a estas comedias, si exceptuamos La boda de mi novia, uno de los más recientes estrenos del que nos ocuparemos mañana, es No tan duro de pelar, especie de comedia adolescente, que se identifica perfectamente con otros precedentes de John Hughes, quien pasa por ser el gran renovador de la comedia juvenil, como fueron Supersalidos y Lío embarazoso, ambas producidas en 2007. Lo sorprendente de No tan duro de pelar es que una película cuya inspiración es contar en clave de humor e intenciones chistosas, los malos tratos y las humillaciones que sufren tres jóvenes estudiantes, es como mínimo, de una inoportunidad y de una inconveniencia notables.

Si a eso añadimos que la película es una continua sucesión de tonterías propias de macarras al uso a costa de tres chicos nuevos en un instituto que desde el primer día son objeto de toda suerte de insultos, vejaciones y humillaciones por parte de sus compañeros de clase y un pretexto para reiterar situaciones y chistes que ya hemos visto en otras historias similares, el film se hace poco recomendable. Su director, Steven Brill, de quien recordamos títulos tan absolutamente prescindibles como Little Nicky y Mr. Deeds (2002) y De perdidos al río (2004), no hace más que ofrecernos un auténtico festival Owen Wilson, que es el auténtico protagonista y el principal reclamo de la película, como protector de los desvalidos alumnos, cuya acción bienhechora viene a resultar bastante discutible.

Que Owen Wilson, cómico discutido y discutible, sea el principal atractivo de esta farsa perfectamente infumable, da idea del nivel al que han llegado ciertos ejemplos de la comedia norteamericana de tan escaso interés como la que nos ocupa.

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