Fila siete

Cine y revolución

Cuando la atonía cinematográfica es más evidente que nunca, sobre todo en la cartelera de Huelva, uno tiene espacio y tiempo para aprovechar esta sección y dedicarla a ciertas reflexiones eminentemente cinematográficas. Y hay que volver atrás a una época en que el cine se convertía un tanto en fenómeno de masas, y a falta de otros medios como los que hoy disponemos, los políticos avezados y astutos, y con ellos sus regímenes, por lo general totalitarios, vieron en el cinematógrafo, como en aquellos tiempos se le llamaba, un medio de captación y propaganda para las masas.

Lenin lo tuvo muy claro desde el primer momento: "De todas las artes, es el cine la más importante para nosotros". Lo dijo por los primeros años veinte. Poco antes, en 1919, había nacido el llamado cine soviético cuando el líder comunista decretó su nacionalización. Es decir, el cine al servicio del régimen y su objetivo la prosecución del socialismo, lo que de alguna forma y con respecto a la literatura había proclamado el escritor Máximo Gorki años antes. El acusado vanguardismo y la acertada experimentación formal de algunos directores de reconocido talento como Eisensten, Pudovkin, Kosinthev y Vertov, establecerán esas líneas maestras de un cine de calidad pero de evidente compromiso político con el sistema.

Bandera de esta cinematografía militante se eleva sobre otras producciones más o menos significativas, El acorazado Potemkin (1925), de Serguéi Mijáilovich Eisenstein, que sólo hace unos días evocábamos aquí como una de las tres mejores películas de la historia del cine junto a El nacimiento de una nación (1914), de David W. Griffith y Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles. Se basaba en un hecho histórico protagonizado por la tripulación amotinada del acorazado Potemkin el 14 de junio de 1905, enarbolando la bandera roja en el puerto de Odesa, cuya población se sumó a la sedición. En realidad las masas son las auténticas protagonista de este extraordinario film cuyo ejemplo siguieron otros realizadores rusos al servicio de la causa.

El ministro Goebbels, del gobierno nazi de Hitler, pedía para su régimen dictatorial "un nuevo Potemkin", dentro del gran despliegue propagandístico que el sistema hitleriano llevó a cabo sirviéndose del cine y de realizadoras del talento de Leni Riefensthal, cuyas producciones al servicio del tirano y el nazismo son de una calidad extraordinaria y hoy se contemplan como modelos documentales de extraordinaria calidad. Pero era el carácter enardecedor de las películas rusas, las que los propagandistas alemanes del III Reich querían imitar para favorecer su política y especialmente la superioridad de la raza aria que proclamaban con patológico fanatismo.

En realidad la producción cinematográfica de los países socialistas es estatal y la tutela del Estado significa un rotundo control político sobre lo que se considera subversivo o contrario al régimen, lo que lleva a prohibir todo tipo de idea que se oponga a su poder. En todos los años en que una buena parte de Europa se viera dominada por esa política y asimilada en muchos casos por países tercermundistas, ha tenido en muchas ocasiones la fuga de realizadores de notable calidad a países de auténtica libertad democrática. Es un largo capítulo que merecería una crónica más extensa. Hoy por hoy cualquier régimen no necesita del cine como medio de propaganda. Tienen la televisión cuyo alcance es mucho más notable y se mete en las propias casas de los ciudadanos. De ello tenemos ejemplos muy cotidianos.

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