Cultura

El Cid, herido menos grave, y Castella corta una oreja

  • El diestro sevillano, cogido por el primer toro de la tarde, queda inédito · El torero francés consigue el único trofeo del festejo · Manzanares no pasa de voluntarioso

GANADERÍA: Toros de El Ventorrillo, de muy dispar romana, pero bien presentados y de juego variado. El primero se vencía en exceso; segundo, noblón; tercero, manejable y mirón; cuarto, descastado; quinto, noble, humilló, pero se rajó de inmediato; y sexto, con recorrido, pero sin clase. TOREROS: Manuel Jesús 'El Cid', de turquesa y oro. Herido por su primero. Sebastián Castella, de tabaco y oro. Con el que mató por El Cid, dos pinchazos y estocada (silencio). En el tercero, estocada (oreja). En el quinto, metisaca en el sótano, estocada y tres descabellos (silencio tras dos avisos). José María Manzanares, de nazareno y oro. En el segundo, media, metisaca en los bajos, media, pinchazo, media y tres descabellos (silencio tras aviso). En el cuarto, estoconazo (silencio). En el sexto, bajonazo (silencio). Incidencias: Plaza de toros de Pamplona. Jueves 9 de julio de 2009. No hay billetes. El Cid fue operado de "cornada con dos trayectorias, una superficial y otra ascendente, en la cara anterior del muslo izquierdo con trayectoria de 10 centímetros, que afecta a tejidos musculares, además de otra cornada más que le atraviesa el escroto. Menos grave. Trasladado al Hospital Virgen del Camino de la capital navarra".

La noticia, pésima noticia, saltó en el primer acto. Garboso estiró su gaita cuando llegó a la jurisdicción de Manuel Jesús El Cid al comenzar la faena de muleta. Fue visto y no visto. El animal, de 600 kilos, que se había vencido en el capote y en banderillas, no perdonó al saltereño y le infirió una cornada por encima de la rodilla derecha, apuñalándole otra vez, cuando caía, en el escroto. Las asistencias se llevaron a El Cid a la enfermería, donde fue intervenido de las dos cornadas. El espectáculo quedó en un mano a mano entre Sebastián Castella y José María Manzanares.

Sebastián Castella consiguió el único trofeo del fetejo y los momentos más impactantes -aunque a ráfagas-. Se hizo cargo del toro que hirió a El Cid y realizó una faena sin emoción ni eco, mal rematada con la espada. Con el tercero, manejable y mirón, labor extensa, con dos partes muy diferenciadas. En la primera, lo mejor llegó con la izquierda, con algunos naturales sueltos de calidad. Luego, el francés apostó por impresionar al mocerío con muletazos como el péndulo y una tanda con la diestra en cercanías, única en la que hubo ligazón. Mató al primer envite y le concedieron una oreja. Cumplió con el quinto, un animal noble, que humilló, pero que se rajó de inmediato, al que recibió con un largo y variado saludo capotero. El comienzo de la faena fue volcánico, con tres muletazos por la espalda, bellos muletazos del desprecio y un par de suaves pases de pecho. Con la diestra pergeñó una serie muy entonada, con los pases engarzados. Pero, a partir de ese momento el toro se rajó y ya no hubo rima -ligazón-. Prosa a secas. El triunfo se evaporó, máxime tras el desacierto con la espada.

José María Manzanares no pasó de voluntarioso. Con el serio segundo, un animal muy noblón, no llegó nunca a encontrarse a gusto, en una faena con los muletazos muy desceñidos y en la que estuvo desacertado con los aceros. Con el cuarto, blando de manos y descastado, trasteo de trámite hasta que se echó el toro. Cuando lo iban a apuntillar, se levantó y Manzanares lo despachó de un estoconazo. El alicantino se perdió en un trasteo larguísimo con el sexto, un cinqueño con recorrido aunque sin clase. Labor desigual, con buen comienzo con la diestra y un epílogo desvaído, con un desarme incluido y la rúbrica de un bajonazo.

Espectáculo de escaso voltaje en lo artístico, con el lamentable IVA sangriento, por cogida, que tributó Manuel Jesús El Cid.

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