Entre encarcelados, encuestas electorales, presidentes en el exilio, Jerusalénes reivindicadas y anuncio de la lotería light, andamos tan enfrascados, que la gente no sabe a qué zambomba acudir. No se tiene claro si hacerla con candela, con pancartas igualitarias para algún alcalde o alcaldesa o viendo un clásico Madrid-Barca a las dos de la tarde por aquello de la navidad china. Lo dicho, que no sabemos en qué creer, porque hablando de incongruencias, habría que darse una vuelta por la ciudad para conocer cómo se vive la Navidad. Las calles están tomadas. Especímenes de todo tipo sin sentido solidario y objetos no identificados llenos de aire viciado. Las botellas vacías, los vasos de plástico, los charcos de aguas menores y las vomiteras desecadas son las protagonistas de la nueva forma de entender la Navidad. Se veía venir el negocio desde hace años. Priman más los buenos ingresos y las ventas opíparas que el cándido abrazo de un reencuentro de amigos para felicitarse un nuevo año. Por ello, resulta digno reconocer que quienes la viven desde la verdad, son congruentes, porque no creen en una navidad de puertas hacia fuera, sino que se dedican a vivirla desde dentro de los hogares, los salones de las casas, los belenes familiares y las zambombas hogareñas, haciendo que los valores religiosos sean parte de lo establecido en el adviento.

Se atisban árboles nevados en las pupilas de quienes la sienten como especial, sabores a mazapán en quienes babean con la Estepeña, luces en el corazón de las más tiernas guirnaldas intermitentes y tintineos a villancicos como bandas sonoras de una maravillosa forma de celebrar las navidades escolares. Para nada tiene que ver con charangas ni intoxicaciones etílicas. El frío hace el resto. Por aquello de congelar neuronas.

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