La primavera también llega a los ventanucos. Como quiera que somos esclavos de nuestra historia, no deberíamos dejar de perdonar faltas en los confesionarios de nuestra vida. Por desgracia, sabemos la oscuridad que las prisiones encierran. Lo que tanto han significado y lo que aun significan. Por ironías del destino, tenemos a algunos alcaides de nuestra fortaleza como mejores exponentes de lo que son las celdas. De sus horas muertas. De los permisos. De las sentencias. De las visitas de familiares. No entendemos de política, desconfiamos de planes y proyectos de reinserción. Desconocemos de las razones de las alcantarillas de lo que no compartimos tanto dolor y hasta las letrinas de nuestros corazones son capaces de ser tumbas preventivas, pero lo cierto es que cuando hay medidas carcelarias es porque algo no funciona.

Desde pequeños hemos vivido acompañados de noticias sobre noticias de atentados, coches bombas y tiros en la nuca. Como quiera que casi nadie sabe lo que significan las siglas de las letras de la banda terrorista es más difícil que comprendamos lo que ellas encierran. Como quiera que la vida avanza ahora asistimos como testigos pasivos a lo que parece que quede poco de lo que era, por lo que podríamos hablar de evolución de la especie. Siempre se considera que la violencia siempre es una amenaza para la salud y no podremos hacernos los suecos ante lo que encierran. Mucho menos, los jerezanos.

El daño que la sociedad recibe es directamente proporcional al que mucho ciudadano de a pié recibe de sus propias miserias. Hay de todo. Gente sin escrúpulos. Gente que acaba en chirola por culpa del azar. Gente encarcelada con menos razones que algún violador. Agresores de medio cuño. Acusaciones perfectamente elaboradas. Espectáculos de dramaturgia. Ruido de cadenas en una noria cansina del sinsentido.

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