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La sombra del 'gran hermano'

  • Desde su toma del poder en 1959, Fidel diseñó un comunismo a su medida para controlar todo lo que se movía en la isla

Hablar de Cuba es hablar de Fidel Castro. Omnipresente en sus calles, en su gente, en su ambiente, no hay rincón en el que su presencia pase inadvertida ni asunto del que no esté enterado el "comandante" o el "dictador", según la fuente de la que procedan las opiniones sobre su figura.

Desde que el líder guerrillero se instalara en el poder, tras la huida del dictador Fulgencio Batista, en el año 1959, diseñó en la isla un único modelo, un comunismo a su medida, el caribeño, en el que como el Gran Hermano de George Orwell en su visionaria novela 1984, aparecía siempre presente y vigilante. Fidel era el Gobierno y la oposición -el Partido Comunista era el único legal-. Fue quien hizo y deshizo en todos los aspectos de la vida del pueblo cubano.

"Con el comandante vivimos bien. La sanidad y la educación son gratis y no pasamos hambre". En La Habana no faltan testimonios como éste a la hora de referirse a él. No es tema frecuente de conversación, pero siempre que se acababa hablando del mandatario, los habaneros no escatiman en elogios a su labor.

Sin embargo, cuando se alcanzaba un peldaño más de confianza y un escenario más proclive a las confesiones, a buen resguardo de los servicios secretos cubanos, no son pocos quienes en susurros aseguran que "el régimen oprime las aspiraciones de muchos de los habitantes de la isla".

La irrupción por la fuerza de Fidel Castro en el panorama político marcó el futuro de sus compatriotas, de los que una gran mayoría nacieron en el sistema que él modeló, internacionalmente definido como dictadura y para otros muchos como castrismo o fidelismo. No hay adjetivo que no haya sido utilizado para referirse a quien desde su juventud decidió poner su vida al servicio de la revolución. La evolución de Castro y la de la revolución cubana han caminado al unísono.

Su empeño y ahínco para sacar adelante su ideología lo condensan muy bien las palabras que le dedicó su amigo Gabriel García Márquez. "Una cosa es segura: esté donde, cuando y con quien esté, Fidel Castro viene a ganar. No creo que haya peor perdedor en todo el mundo".

Con tal consigna, este oriundo del poblado de Birán (1926), hijo de emigrante gallego (que con los años se convertiría en un rico terrateniente) y de madre procedente de una familia de braceros pobres de Pinar del Río, se embarcó pronto en una cruzada que tuvo su primera victoria moral, aunque no material, en el año 1953, con el asalto al cuartel Moncada.

Esta frustrada experiencia le costó quince años de cárcel, de los que sólo cumplió dos gracias a una amnistía del Gobierno de Batista. Fidel, con 29 años, se exilia en México, donde conoce a Ernesto Che Guevara y con el que planea su regreso a la isla y su batalla contra Batista y lo que será el inicio de su revolución.

De formación jesuita y licenciado en Derecho en La Habana, al frente de su nuevo Gobierno prometió devolver la propiedad de la tierra a los campesinos y defender los derechos de los pobres. Sus buenas intenciones se vieron pronto solapadas por la dictatorial manera de conseguirlo. Un ejercicio de poder al modo guerrillero y a golpe de discurso que, sin embargo, no ha impedido que se convierta en el gobernante que más tiempo ha permanecido en el poder a nivel mundial.

Con una personalidad arrolladora y un carisma indiscutible incluso para sus más acérrimos enemigos, el Castro político, el de verbosidad ilimitada, no deja espacio apenas para el hombre, el esposo, el padre, el hermano...

Según confesó él mismo al cineasta estadounidense Oliver Stone para un documental, el tiempo que dedicó a sus hijos no fue mucho. "Si se considera lo buen padre en relación al tiempo que haya pasado con ellos, tal vez no sea un buen padre". Su familia se convirtió en el secreto mejor guardado, aunque sobre él haya trascendido que ha compartido su vida al menos con cinco mujeres, tiene ocho hijos y varios nietos.

Se ha casado una sola vez, en 1948, con Mirta Díaz-Balart, madre de su primogénito Fidelito. Su matrimonio se rompió en 1954 y aunque ha habido otras tres mujeres influyentes en su vida, fue con Dalia Soto del Valle con quien formalizó su relación en el año 1979. Con ella ha tenido cinco hijos (Alejandro, Alex, Antonio, Alexis y Ángel). La peculiaridad de que todos los nombres empiecen por A parece responder a la admiración del padre por la figura de Alejandro Magno.

Y es que este último estratega sobreviviente de la Guerra Fría parecía como sacado de una novela. Embutido siempre en su uniforme color verde olivo, arrogante, altanero, incansable, temperamental, calculador, deportista gallardo y con esa pasión por los desafíos y las proezas, se forjó durante su vida un temple quijotesco.

Nada logró en los últimos 49 años entorpecer su camino. Ni la invasión de Bahía Cochinos, ni la crisis de los misiles, ni la de los balseros, ni la maltrecha economía en la que ahogó a la población cubana tras una cosecha de caña de azúcar de diez millones de toneladas que acabó en fracaso estrepitoso en 1970, ni los diez presidentes y trece gobiernos norteamericanos a los que lleva sobrevivido, ni la disidencia, ni las decisiones más difíciles en su política interna. Nada.

Castro lo afrontó siempre todo con una determinación y una autoridad incuestionables. No hubo atisbo de duda en el dictador a la hora de condenar por traición a uno de sus mejores amigos y aliados, el general Arnaldo Ochoa, quien fue fusilado junto a otros tres oficiales de alto rango, o cuando arrojó a los calabozos a Huber Matos, otro de sus más cercanos compañeros de lucha. No le ha temblado el pulso a la hora de enfrentarse a su mayor enemigo, Estados Unidos, con quien rompió relaciones dos años después de estrenado el cargo y le costó a la isla un embargo comercial que aún en la actualidad, y a la espera de cómo se desarrolle la transición, está padeciendo.

Superó con habilidad y éxito el derrumbe del que fuera su mayor aliado estratégico, la Unión Soviética y cuentan que sobrevivió a más de 600 intentos de atentados contra él. Durante sus dilatados discursos se jactaba de recordar los dos grandes logros de su ejercicio: la educación, obligatoria y gratuita y la sanidad, también gratuita y de reconocida calidad.

A quienes le acusan de ser uno de los diez gobernantes más ricos del mundo, como ha publicado tantas veces el semanario financiero norteamericano Forbes, en tono desafiante les emplazaba a demostrarlo con pruebas y ofrecía su dimisión si resultaba ser cierta tal aseveración.

"La historia me absolverá", concluyó Fidel Castro hace más de medio siglo su alegato tras ser condenado por el asalto frustrado a la Moncada. Ese mensaje recala hoy directamente en su pueblo, verdadero juez para enjuiciar al hombre que cambió el rumbo de un país y arbitró la vida de once millones de personas.

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