La carrera hacia la casa blanca Las dificultades de una lucha codo a codo

Matemáticas imposibles

  • El complicado sistema por el que se rige el Partido Demócrata a la hora de asignar delegados impiden conocer exactamente la cifra real que acumula cada candidato

Nada es sencillo en el sistema electoral estadounidense, pero los demócratas han conseguido la cuadratura del círculo: un esquema con más posibilidades que el cubo de Rubik y que tiene a medios, encuestadores, analistas y público en general rascándose la cabeza en busca de una respuesta más o menos cercana a la realidad.

Con Hillary Clinton y Barack Obama codo a codo en la carrera por ser el candidato del partido en las elecciones de noviembre, nadie es capaz de ponerse de acuerdo en responder a una pregunta que teóricamente debería ser sencilla: ¿Cuántos delegados tiene cada uno?

Si se busca en CNN, la respuesta es 1.253 para Obama y 1.211 para Clinton. NBC dice 1.078 a 969, la web especializada RealClearPolitics.com asegura que 1.272 a 1.231 y Fox News 1.223 a 1.198. Los Angeles Times dice que 1.275 a 1.220 y The New York Times parece contar de menos: 916 a 885. The Washington Post, escarmentado, directamente renunció a hacer sus propias cuentas.

El problema no es que los medios no sepan contar. Es que en esta carrera, dos más dos no son cuatro, son tres. O cinco. O quizá hoy tres y medio pero seis dentro de un mes.

"El sistema es demasiado complicado, y esto es lo que ocurre como resultado", afirmó a The New York Times Hank Sheinkopf, un consultor demócrata.

La maquinaria tiene muy pocas partes fijas. Se reparten 4.049 delegados que votarán en la convención de agosto en Denver para elegir al candidato, de los que 796 están directamente asignados y pueden votar a quien quieran: son los superdelegados, congresistas, alcaldes, gobernadores, ex presidentes, ex vicepresidentes y otros muchos con alguna relación histórica con el partido.

Para asegurarse el triunfo se necesita por tanto alcanzar 2.025 votos en la convención. Se sabe cuántos delegados reparte cada una de las 55 demarcaciones con derecho a representación (los 50 estados más el Distrito de Columbia, Puerto Rico, los territorios de Samoa Americana e Islas Vírgenes y los Demócratas en el extranjero). A partir de ahí, casi todo es una nebulosa de variables que absolutamente nadie es capaz de cuadrar.

Los enrevesados caucus, por ejemplo, de los cuales se celebraron hasta ahora 13 y aún quedan tres. En todos menos en Minnesota, los ciudadanos eligen en realidad a unos delegados intermedios que van a una convención estatal que a su vez elegirá a los delegados que, esta vez sí, irán a la Convención de Denver. Como quiera que los delegados intermedios no tienen su voto plenamente comprometido, siempre existe la posibilidad de que lo cambien.

Por ejemplo, los famosos caucus de Iowa, que el 3 de enero dieron la salida a la carrera, aún no tienen resultados oficiales. Y no los tendrán hasta que el 15 de marzo se celebre la convención estatal. Aunque mucho ocurrió desde entonces y los candidatos viajaron por todo el país, sus campañas todavía mantienen equipos sobre el terreno en Des Moines para vigilar el proceso.

Los superdelegados son el otro factor que enreda. Ellos no tienen que votar hasta la convención, por lo que no se sabe a ciencia cierta a quién votarán. Algunos están públicamente comprometidos con uno de los candidatos y su voto se presupone claro. El ex presidente Bill Clinton debería ser un voto seguro para su esposa Hillary, por ejemplo.

Los demás, la mayoría, son una incógnita, pero representa una cantidad tan decisiva como casi el 20 por ciento de los votos de la convención. La única manera de averiguar qué candidato les gusta más es preguntárselo directamente a cada uno.

A ello se embarcaron ambas campañas desde hace meses. Cualquier contacto es bueno: amigos, conocidos, compañeros de golf o de póker. Y si es necesario, llama el propio Clinton para convencer. "Es muy persuasivo", afirmó una superdelegada a The Washington Post.

Los problemas, en realidad, no son nuevos. Los caucus existen desde siempre, y los superdelegados se incluyeron en 1982 para evitar que la imprevisibilidad del voto popular pudiera desviar al partido del curso que marcan sus estatutos y su historia. Para muchos, la mera existencia de delegados natos es una contradicción con el nombre del partido.

"El Partido Demócrata tiene un método intrínsecamente embarrado de elegir a sus candidatos presidenciales con reglas que son al mismo tiempo excesivamente y escasamente democráticas", escribió Ruth Marcus, miembro del consejo editorial de The Washington Post.

Como mínimo, está claro que el sistema es poco claro. Como máximo, podría ser descrito como un lío. Pero también es cierto que ya forma una parte ineludible del folklore de las elecciones. No sería lo mismo si todo estuviese claro.

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