Hojas de acanto

Patrimonio humano

Nuestras hermandades y cofradías aglutinan entre sus filas un rico patrimonio humano, algunas veces olvidado. Se suele hablar de la valía artística de las imágenes, de la belleza de los enseres, de la antigüedad de un manto, de sus restauraciones, e incluso del patrimonio musical, etcétera. Sin embargo, se destaca poco, a mi parecer, esa larga nómina de hermanos y hermanas que mantienen vivas a nuestras corporaciones. Esos talleres de costura, que durante todo el año, puntada tras puntada, cuidan y enriquecen el otro patrimonio, esos jóvenes participando en la vida diaria de la hermandad, esos equipos de las priostías montando altares y los pasos o esos acólitos cumpliendo en los cursos formativos, en los cultos y en las procesiones. E igualmente ese hermano de número y vela, que acude a los cultos, y que cada cuaresma saca puntualmente su papeleta de sitio, y que hará su estación de penitencia a la Catedral, en el anonimato aislante de su antifaz o de su costal, acompañando a Jesús o a su Madre,

Esta riqueza humana también se debe preservar y mimar, y no siempre se hace; muchas veces se está más pendiente de la organización de los actos, de la estación de penitencia y demás actividades; y se deja atrás a los hermanos y hermanas que sienten, piensan y padecen… Es como si el bosque no dejara ver a los árboles.

Este patrimonio humano en nuestras hermandades es muy rico, ¿qué institución religiosa puede contar entre sus filas con tres o cuatro generaciones de la misma familia, que desde pequeños han sido llevados a su hermandad a los cultos y han vestido su túnica de nazareno? Esta herencia, de generación tras generación, es la que engrandece nuestras filas y debemos cuidar y agasajar. Al igual que el nuevo hermano que se acerca ante un llamamiento interior. De acuerdo con las enseñanzas de Jesús: "Que os améis unos a otros, como yo os he amado".

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