El lanzador de cuchillos

Nosotros, los de entonces

Borges identificada el cielo con una biblioteca; yo creo, como Sabina, que es una sobremesa larga con viejos amigos

Sabemos por Rilke, modesto poeta sin hogar, que la patria de las personas es su infancia. Es así, en un sentido moral. En el sentido físico, la patria es el callejón en el que jugábamos un pie-cabeza y el descampado en el que meamos - "¡a ver quién aleja más!"- con los amigos del colegio. La niñez es un país del alma al que uno, emigrante de pantalón de pana y zapatos gorilas, acaba siempre por regresar. No importan los años, no importa la distancia. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, pero queda un aroma, una red invisible cosida con el hilo de un tiempo en el que todas nuestras preocupaciones eran resolver ecuaciones y llegar a casa ni demasiado sucios ni demasiado tarde. O quizá nos mienta la memoria, dejando en un rincón, olvidados, los momentos de angustia, las incertidumbres, los primeros fracasos.

Mi natural individualista me llevó siempre a apreciar más a los amigos que no ataban ni exigían fidelidades. Ya en mis primeros años intuía que la lealtad estaba reñida con las adhesiones inquebrantables. Por eso me los pasé corriendo en sentido contrario, rompiendo los vínculos a menudo asfixiantes de las pandillas, desatando los nudos imaginarios que me impedían volar a otra parte y levantar mis castillos de arena en playas desconocidas. Ser amigo significa también guardar silencio, dejar marchar y levantarse a recoger los pedazos cuando todo se rompe: la verdadera amistad nunca te pone en el compromiso de tener que decirle que no.

Ahora que se nos va adelgazando el futuro y de casi todo hace más de treinta años, miro hacia atrás sin ira y con un punto inevitable de nostalgia. Como el resto, los amigos crecimos, cambiamos y acabamos perdiéndonos de vista. Pero hoy los veo llegar a esta terraza del Albaicín en la que hemos quedado para cenar, desde la que casi se toca la Alhambra, y el balón vuelve a correr por el portal de Manolo y la placeta de Güís; y Jose Abel sigue calentando en la banda, con la esperanza de que el Raya lo saque al campo contra los cabrones del Cristo de la Yedra; y otra vez le disputo a Juanan la meta volante en aquella Vuelta ciclista de papel cuadriculado y bic naranja. Y me gusta imaginar que Fernando no ha venido porque ha aprovechado la noche para encaramarse a la ventana del laboratorio y robar los exámenes de Física.

Borges identificaba el cielo con una biblioteca; yo creo, como Sabina, que la gloria es una sobremesa larga con viejos amigos. Y que el recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios