El lanzador de cuchillos

Paganismo de mercadillo

Los españoles somos, como Manolito Gafotas y su hermano el Imbécil, de ese tipo de gente que en tres días te monta una tradición

Aquí somos todos muy progres y muy antiamericanos, pero en cuanto llega noviembre, la peña pierde el culo por disfrazarse de zombi del thriller de Michael Jackson y maquillarse como si acabara de estrellarse con la moto contra un poste de la luz. Los hay que prefieren al psicópata enmascarado de peli slasher que asesina brutalmente a jóvenes y adolescentes con una motosierra en un lago perdido de Nebraska. Pero desde hace unos años las estrellas indiscutibles son los payasos diabólicos, cruce de Pennywise y Ronald Mc Donald, que te asaltan en el garaje cuando estás aparcando el Ibiza o te esperan con una maza en la mano en mitad del parque por el que paseas al perro.

Se ha hecho viral en la red un adagio que pregona que celebrar Halloween en España es como si en Wisconsin sacasen en procesión por el Mississippi al Cristo de los Faroles. Con un coro góspel de sesenta negros cantando por Antonio Molina. Es verdad que la fiesta no es yanqui sino de origen celta, pero no lo es menos que a nuestro país llegó gracias al cine y la industria USA del entretenimiento.

Hace poco más de una década, Halloween era sólo una celebración curiosa que observábamos desde fuera, pero los españoles somos, como Manolito Gafotas y su hermano el Imbécil, de ese tipo de gente que en tres días te monta una tradición. Sobre todo si nos la venden los gringos de los que abominamos el resto del año. La última incorporada al acervo patrio ha sido el Black Friday, que se celebra el viernes siguiente al día de Acción de Gracias y que consiste, como todas las demás, en cuadrarle el balance anual a las grandes superficies.

La fiesta de Halloween, esa suerte de paganismo de mercadillo, es una piedra en el zapato de los obispos españoles, que, después de darle muchas vueltas al solideo, han contraprogramado con Holywins, un juego de palabras que en inglés significa "la santidad vence", con el que pretenden recuperar la tradicional celebración cristiana de todos los santos. Una fiesta dirigida fundamentalmente a niños y jóvenes, a los que animan a salir a la calle disfrazados de santos y de vírgenes, en una iniciativa loable pero temeraria: no quiero ni pensar en qué puede acabar un encuentro fortuito entre un payaso asesino armado con un hacha y un san esteban sediento de martirio.

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