Cultura

Contra la doctrina

  • Rocío Márquez deslumbra en el Teatro Alameda

La cantaora onubense afincada en Sevilla, el sábado durante su actuación.

La cantaora onubense afincada en Sevilla, el sábado durante su actuación. / javier rosa

Firmamento es un órdago contra los que quieren convertir el flamenco en una mohosa seña de identidad nacional y también para los que en lugar de cantar tratan de adoctrinar. Y es que hay muchas formas, que en el fondo son la misma, de adoctrinamiento. Es un órdago contra las fronteras estilísticas, musicales, artísticas. Mentales. Rocío Márquez vino al Monkey Week a cantar. No a adoctrinar. A cantar, maravillosamente, mineras, seguiriyas, fandangos, caracoles, peteneras, tangos. Cantó melodías de hace 100, 200 años, con letras de hoy. También letras políticas, ¿cómo no? ¿Qué arte es ajeno a la política? Márquez cantó melodías de hace 200 años con arreglos de hoy, los del grupo de música contemporánea Proyecto Lorca. El recurso, articular letras, melodías, de diferentes procedencias e inspiraciones es lo que llevó a Stravinsky a afirmar que "el flamenco es un arte de composición". Firmamento es una obra densa para un público relajado, y funciona. Porque la obra jamás deja de tener presente lo social, lo sensual, lo natural, el bichito que somos. Pese a las referencias culteranas, Firmamento no se queda prendido de un intelectualismo vacuo. Por eso responde el público: a los fandangos, a los caracoles. A la impresionante seguiriya, sobrecogedora en el cambio de Manuel Molina. Márquez posee una técnica portentosa y seduce por su capacidad melismática. Su voz, además de bella, es dúctil, capaz de lo más estilizado y la pura tierra. Su arte huele, se hace telúrico por momentos, se asienta cada vez más en limo. Cuanto más sube la inspiración, más asentadas están las raíces. Por eso puede volar. Márquez demostró una vez más que el flamenco, lejos de ser una pieza de museo o un panfleto, es un arte vivo. Que respira su tiempo y se nutre de sus antepasados. Como todos.

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