Nuria, que además de una magnifica profesora de Física es una modélica madre para sus dos hijas que, justo es decirlo y en correspondencia a sus desvelos (y los de Luis, su padre) están creciendo de forma primorosa en la complicada sociedad que les ha tocado vivir, se ha convertido en estos días en abanderada de la protesta contra un monólogo de pretendido carácter humorístico emitido por la cadena de televisión La Sexta y cuyo argumento fundamental era el hacer chistes sobre los niños adoptados. Fieles a la línea común de este tipo de programas de rentabilizar un humor tan básico como zafio ( bien podría considerarse como una versión ligeramente evolucionada de las gracias infantiles de caca, culo, pedo, pis), en este caso ha sido una monologuista la encargada de la desafortunada tarea de "sacarle punta" a un asunto a priori tan poco risible como es el de encontrarles un hogar a los niños desamparados. Aunque, en general -y en público- la gente suscribe la tesis de Nuria de considerar aberrante y de muy mal gusto el hacer bromas con temas tan sensibles, lo cierto es que este tipo de humor ultrajante es muy bien recibido por la audiencia y de ahí que los cómicos modernos (muy alejados por desgracia del talento de un Gila o Tip y Coll) sigan explotando el filón de este humor de brocha gorda.

Pareciese como si el subconsciente colectivo de los pueblos estuviese dotado de un determinado sentido del humor y así mientras los ingleses se ríen de sus rígidas convicciones sociales y los franceses utilizan el equívoco y la ironía para originar una sonrisa, a los españoles lo que nos hace gracia son las cuitas de fracasados, tontos, torpes y marginados. Recientes son las salvajes bromas en Twitter acerca de los judíos y el cenicero de un 600 o el lugar al que Irene Villa (víctima de ETA) debía acudir para encontrar "repuestos" para sus miembros amputados y poco hay que retroceder para encontrar a un humorista, Arévalo, que basó toda su carrera artística en mofarse de un defecto físico: la tartamudez.

Homosexuales, lisiados, anormales y todo tipo de tarados han servido durante siglos para provocar la risa del "inteligente" pueblo español y así desde la agudeza y el ingenio de un Quevedo burlándose de la nariz de Góngora, hasta la estupidez del paisano que se parte de risa al ver a un viandante topándose con una farola o cayendo de culo al pisar una loseta suelta, el ridículo de los demás es lo que más alborozo nos causa. Aquí nació la novela picaresca y nuestro más emblemático personaje ¿humorístico? Don Quijote, no hay capítulo en que no termine apaleado, manteado, apedreado... y muerto a cuenta de sus delirios. Lo siento Nuria, tu cruzada no tendrá éxito, la crueldad la llevamos impresa en el código genético.

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