Es costumbre nacional el hacer cada 6 de diciembre unas jornadas de puertas abiertas en el Congreso de los Diputados con ocasión de la conmemoración del Día de la Constitución. Una multitud de personas guardan cola durante largas horas soportando con estoica entereza los rigores de la adversa climatología para poder echar un vistazo al sanctasanctórum donde se reúnen los próceres que gestionan los destinos de la nación. Por fin les llega el turno y tras ingerir un reconfortante chocolate caliente (gentileza de la casa) los visitantes se rinden a la magnificencia de los capiteles, el frontispicio y la enorme puerta de bronce de la entrada principal de las Cortes. Escuchan, arrobados, la historia de Hipómenes y Atalanta, los dos jóvenes amantes que, hechizados por Afrodita, no encontraron mejor sitio para desfogar su pasión que el santuario de la diosa Cibeles quien, enfurecida ante semejante sacrilegio, los transformó en dos leones (machos) condenados a tirar de su carro y, de paso, a servir de intimidador aderezo en la entrada de nuestro parlamento. Una vez dentro del hemiciclo, los transitorios ocupantes admirarán la tribuna de oradores, la imponente mesa presidencial e incluso se sentarán, emocionados, en los mismos escaños donde se aposentan de ordinario Rajoy, Montoro o el mismísimo Pablo Iglesias y, levantando la vista desde tan privilegiada posición, escudriñarán la bóveda del salón de sesiones en busca de las huellas de las balas disparadas por Tejero y sus muchachos el 23-F. Cuando los visitantes abandonan el edificio lo hacen convencidos de haber podido casi palpar a la propia democracia. Pero… el asunto no es tan fácil, se han embelesado con el envoltorio, con la lujosa encuadernación de un libro cuyo contenido ni siquiera han tenido la curiosidad de hojear. Tras toda esa parafernalia arquitectónica y decorativa se esconden métodos y comportamientos que ponen en entredicho la credibilidad de nuestra alabada democracia. Diputados y senadores no son en realidad los representantes del pueblo (¿o es que acaso alguno de los que hacen este tour turístico-político conoce algún nombre de los elegidos por su provincia en las últimas elecciones?) son simples acólitos colocados por los partidos más en función de su servilismo que de sus talentos. A pesar de la expresa prohibición del mandato imperativo que hace nuestra Carta Magna (art. 67) es una raraavis que un diputado vote algo contrario a lo que diga el partido, aunque tal cosa vaya en perjuicio de sus teóricos representados (9 de los 10 diputados de la depauperada Cádiz acaban de votar con entusiasmo a favor… ¡del cupo vasco!). Como casta que son, los políticos cuidan antes de sus intereses que de los ciudadanos y así, en este 39º aniversario de nuestra Constitución, tan esplendido envoltorio solo alberga un estado en descomposición que pronto se convertirá en residual en varias partes de España.

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