La violencia en las aulas ya no extraña a nadie. Todos los días nos desayunamos con noticias que nos cuentan como fulanito o el padre de menganito han agredido al profesor. El niñato agresor es defendido por el padre maleducado y el profesor no encuentra defensa en la Inspección, no vayan a molestar a la familia. El principio de autoridad no sólo se ha perdido en la escuela, se nos ha escapado por la ventana de una sociedad individualista que ha incorporado como primer mandamiento "yo antes que nada y después ya veremos". Así nos va. Lo que pasa en los colegios es una pequeña muestra a escala de lo que pasa a nuestro alrededor; no hace falta mirar más lejos. El individualismo se inocula en nuestro cuerpo desde la más tierna infancia, pero no porque sea un virus que venga de Marte, sino porque los modelos sociales que nos hemos dado no conducen a otra cosa. Pensarán que es catastrofismo, pero el origen de esa violencia infantil está en este modelo social egoísta e indiferente que nos hemos dado, que tiene otras versiones modo adulto, como el aumento exponencial de abortos en las últimas décadas, la epidemia de la ruptura familiar dejando en la estacada tantos proyectos compartidos, la soledad intolerable en la que están muchos mayores, la violencia machista que machaca a la mujer y que no para de crecer y más en los más jóvenes, el bullying sobre los más débiles o nuestra hipócrita actitud hacia el migrante, que nos horroriza verlo morir a un paso de nuestras fronteras, pero al que no estamos dispuestos a integrar. El materialismo sutil pero efectivo, Dios de nuestra vida, ha sustituido a ese conjunto de ideas y creencias que conformó nuestro modo de vida. Cuando matamos a Dios, el hombre, supremo dueño de sí mismo, se provocó una herida profunda, ya veremos si mortal. La violencia en el aula es un aviso.

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