Sentimos nostalgia de los tiempos pasados, sólo porque sabemos que ya no pueden volver. Los miramos con la idea equivocada de que fueron mejores, más justos y felices, y que hoy hemos perdido valores o los hemos vendido en almoneda de una sociedad superficial, como diría Bauman, en un tiempo líquido. La era digital ha provocado el cambio social más acelerado y radical que haya conocido la humanidad en su historia, sólo comparable a la de la Revolución Industrial, y aun así, aquella es como comparar una película muda con el más sofisticado sistema visual. No fueron tiempos mejores, sí distintos. En algo creo que hemos perdido, y es en la falsa sensación de libertad en la que pensamos vivir y cuya consecuencia es una minoración de la autenticidad. De la sociedad abierta de Popper, combativa de los totalitarismos, viajamos a la aldea global que intuyera McLuhan, esta gran red anónima interconectada, donde la difamación, las malas maneras y la mentira oportunista convive con el deseo de exhibir la vida personal, que cuanto más se enseña, menos personal es. Estos son los tiempos de lo inmediato, y por tanto de lo fugaz, una fugacidad de usar y tirar, que cree que la permanencia es reaccionaria y que promueve que el no dejar pasar ninguna oportunidad, el aquí y ahora, son garantías de felicidad. "En el mundo actual- decía Bauman-, todas las ideas de felicidad acaban en una tienda". Con la visión limitada de lo vivido, creo que nuestra sociedad es hoy más estrecha, nos hace pasar por un embudo difícil de evitar, y nos embauca con la mentira de que todas las opciones están en el mostrador de nuestra vida, que todas son buenas y a nuestro alcance, porque "Yo" es lo primero, y mi prójimo, hasta el más querido, después. Sólo el derecho a un "pensar crítico", nos puede salvar a medias. Hasta eso nos quieren quitar.

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