Quien a estas horas piense que el Golpe de Estado iniciado por los separatistas catalanes va a terminar de una forma pacífica, sin daños colaterales, y se van a cerrar las heridas que por cerrazón de unos y dejación de otros han fracturado la sociedad catalana, va listo. O es un optimista inconsciente o tiene que hacerse mirar su buenismo infantil. Habrá episodios de violencia, como ya estamos viendo, y con mayor intensidad. Hay quien no quiere entender que en Cataluña hay una amplia base antisistema que anida impune en la calle como si fuera sólo suya porque no tienen nada que perder, y mucho que ganar. Y como niegan su derrota, harán lo que sea por vencer. Y lo que sea, incluye la resistencia a la ley- que es una forma de violencia-; pero también la violencia física, el escrache, el destrozo; la psicológica la llevan entrenando décadas sobre una mayoría de catalanes que se sienten españoles y siguen callados porque no encuentran la manera de combatir la presión. La sedición la conforma una base clientelar variopinta, desde la extrema izquierda cupera proetarra, prima hermana del Pablismo-que para eso han quedado los Círculos-, hasta una derecha burguesa corrupta, que se hacen selfies con un tipo que hace cinco lustros llenó de cadáveres y sangre el Hipercor de Barcelona. Esta es la enfermedad moral de esta parte de la nación educada en el odio a España. Es lo que recogemos tras cuarenta años de maldito complejo a lo español. La respuesta a medio camino entre la proporción, la equidistancia, la prudencia, las llamadas a la vuelta a la ley mientras los golpistas siguen tensando la cuerda, no será suficiente. ¿Cuándo llegará la hora del 155? Hasta que el nacionalismo no deje de controlar la Educación y el resorte cultural, no habrá paz en Cataluña. La paz tiene un precio, y la de Cataluña será cara.

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