Con la venia

Devociones

Es sabido que el culto a nuestros sagrados titulares constituye uno de los fundamentos de todas nuestras hermandades y cofradías. En el Occidente europeo y cristiano, ya desde el II Concilio de Nicea del año 787, el culto a las imágenes formaba parte de la cultura y religiosidad popular medieval. No se trataba, evidentemente, de una vulgar adoración -idolatría iconodulia-, sino más bien sagrada veneración, respeto y cariño por lo que éstas representaban entonces y también ahora.

El Concilio de Trento en el año 1563, frente a los sectores protestantes más puritanos -de tradición iconoclasta-, señaló con acierto que "a través de las imágenes que besamos, ante las cuales nos descubrimos la cabeza y nos inclinamos, es a Cristo y a su madre a quien verdaderamente adoramos". En nuestras imágenes procesionales no reside la sagrada divinidad. El homenaje que a ellas se les brinda desde hace siglos se refiere únicamente a lo que simbolizan.

Sin embargo, parece que nos empeñamos en descuidar todas estas antiguas sinopsis al alejar, o peor aún al ocultar, por celo cofradiero, la veneración que muchos fieles profesan por nuestros sagrados titulares. Las imágenes están para el culto popular y sencillo de los hermanos. No para los museos ni los modernos centros de interpretación. Es necesario acercarlas a los devotos siempre y que éstos las sientan como propias, aunque desterrando la superchería y la milagrería, pues fueron realizadas para el pueblo desde un razonamiento antropológico, sociológico y sobre todo teológico de la fe, para la práctica de las virtudes cristianas.

Por eso es importante, hoy más que nunca, abrir los templos y las capillas a los devotos y facilitar el acceso de éstos a sus sagradas imágenes de culto. Porque nuestros sagrados titulares facilitan la comprensión y la transmisión de contenidos catequísticos, católicos y apostólicos, que nos llaman cuando menos a la oración.

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