Desde la ciudad olvidada

La Pasión olvidada... y recuperada (III)

Despunta la mañana del Viernes Santo por la Plaza de Santiago. Llegó el momento de que la Muerte cobre vida y de que lo divino pase a ser humano. Los pasos del Cristo del Calvario y la Virgen de la Piedad se colocan sobre el escenario para representar el Descendimiento. Un predicador desde un balcón inicia su relato. De repente, aparecen dos sacerdotes dispuestos a interpretar su papel: son José de Arimatea y Nicodemo. Con dos escaleras suben a la Cruz y desenclavan a Cristo. Sus brazos articulados logran el 'milagro'. Yacente lo llevan al centro del palio de la Dolorosa. En este persuasivo teatro sacro las imágenes debían estar a la altura de las circunstancias, es decir, convertirse en actores convincentes. La Virgen mira hacia el Cuerpo y abre los brazos con intención de fundirse con él. San Juan y la Magdalena agarran las manos marianas para intentar parar su acción con palabras de consuelo. El apóstol toca el hombro mariano en un gesto emotivo, humano. Las actitudes inestables, dinámicas, de ambas tallas acentúan la teatralidad de un conjunto indisoluble. Delante, arrodilladas, María Salomé y María Cleofás cosen silentes, con pasmosa naturalidad, la Mortaja. Para este segundo 'milagro', el de conseguir vivificar un movimiento inmóvil, sólo pudo llamarse a aquel imaginero que cinco años antes, gracias a similares recursos artísticos, había fascinado a una ciudad entera con el grupo escultórico del Desconsuelo. Era la Semana Santa de 1718. Esta ceremonia pervivió hasta el siglo XX. Finalmente, el sevillanismo cofradiero que arrasa en Jerez en los años veinte y treinta acabará con ella. Lo mismo le ocurre, más tarde, al misterio bajo palio de la Piedad. Sólo su retorno a las calles en 2003 ha permitido que hoy, en su 300 aniversario, extinto ya el teatro sacro, el auténtico Barroco siga latiendo.

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