tribuna de opinión

La universidad de las personas

  • El nuevo equipo, con ilusión y confianza, va a llevar la responsabilidad de velar por el futuro de una institución que está a punto de cumplir su primer cuarto de siglo de historia

Muchos de los lectores de este periódico sabrán que, como se había anunciado y tras los resultados de las pasadas elecciones, el pasado martes tomé posesión del cargo de rectora de la Universidad de Huelva. Casi a punto de cumplir su primer cuarto de siglo, nuestra universidad inicia así una etapa de cuatro años en la que un nuevo equipo, con ilusión y confianza, va a llevar la responsabilidad de velar por el futuro de la institución.

En esta primera aparición pública en la prensa como rectora quiero dar testimonio aquí de algunas cosas que de ninguna manera podían dejar de decirse. Ante todo, deseo expresar mi agradecimiento institucional al profesor Francisco Ruiz Muñoz y a quienes con él se han integrado en estos últimos años en el equipo rectoral que ha dirigido los destinos de la Universidad de Huelva. Todo servicio público es noble y trabajar por él, desde cualquier posición, es una fuente de dignidad que ha de reconocerse. Y, por supuesto, quiero mostrar también mi agradecimiento al equipo que me acompaña en esta labor que ahora comienza, y a los centenares de personas que colaboran con este proyecto, lo apoyan y animan, porque constituyen la base más sólida para que podamos echar a andar y esforzarnos día a día con el fin de lograr los objetivos trazados.

Trabajaremos por la promoción y conciliación familiar y laboral de las personasUna universidad no puede subsistir sin dar el salto de calidad que le permita ser referencia

No voy a tratar en estas apretadas líneas de los numerosos retos que se abren, ni de las ideas que de forma colectiva vamos a poner en práctica para que la Universidad de Huelva ocupe el lugar que le corresponde en el panorama cada vez más competitivo de la universidad andaluza y española. Esos objetivos los compartimos todos sin excepción, pues sabemos que una universidad de nuestro tiempo no puede subsistir sin dar el salto de calidad que la sitúe como una referencia clara de la excelencia docente, de la investigación de impacto y de una gestión eficiente del esfuerzo y los recursos. Con el tamaño medio de las universidades europeas, y con una plantilla mayoritariamente joven e innovadora, la Universidad de Huelva está en condiciones de afianzar su oferta formativa y sus resultados científicos y proyectarse sólidamente a través de los retos imprescindibles de la especialización, la virtualización y la internacionalización a todos los niveles.

Una universidad del siglo XXI no puede fortalecer ni justificar su presencia en la sociedad si no asume con convicción su papel de liderazgo en el desarrollo socioeconómico y cultural de su entorno, como motor de su tejido productivo, como ariete de su proyección internacional y como ámbito de la cultura, de la cooperación, de la justicia y de la libertad en el sentido más profundo del concepto (libertad de acción y libertad de criterio), con lealtad a todas las instituciones que persiguen las mismas metas, pero con sentido crítico y usando del irrenunciable aguijón de la verdad científica, sin el cual la universidad no es nada, o es poco.

Permítanme que no trate ahora de estos grandes objetivos compartidos, ni me detenga en algunas realidades que los medios de comunicación han subrayado en los últimos días como resultado de las pasadas elecciones: por ejemplo, la presencia de otra mujer en el rectorado de una universidad española (a partir de ayer hay cuatro en un total de 50 universidades públicas; hace dos años sólo había una). Corresponderá a otros valorar si en algo contribuye a romper, o al menos a agrietar, ese techo de cristal que en la universidad española aún es perceptible en muchos campos de la responsabilidad científica.

Deseo tratar, en cambio, siquiera brevemente, de la filosofía que nos trae al rectorado y que, desde luego, parte de la administración del conocimiento científico y su transferencia a la sociedad, pero que trata de ir más allá. Porque al lado del "qué se hace" importa tanto o más el "cómo se hace", un rectorado democrático de hoy ha de adoptar un estilo de cogobierno participativo con todas las instancias universitarias, transversal, transparente y de claras referencias éticas, en el que, como decía Antonio Machado, diferenciemos las voces de los ecos, pero donde las voces sean plurales, numerosas e iguales en alcance. Eso sólo puede hacerse con el compromiso de que la universidad sea el ámbito de las personas.

Quiero, desde un primer momento, reafirmar que el principal objetivo de la Universidad de Huelva será trabajar por las personas y velar por su justa estabilización, promoción y conciliación familiar y laboral. Sin ese objetivo, los demás serán parciales y estériles, pues no hay mejor productividad que la que emana de un personal que se ve valorado y motivado por la institución para la que se esfuerza y que siente como propios los proyectos y retos generales. En eso nos va mucho, no sólo porque el profesorado y el personal de administración y servicios necesita un marco seguro donde basar su rendimiento y la dignidad de su trabajo, sino porque, en último término, ese trabajo ha de redundar en el aprendizaje y capacitación de los estudiantes, que es el gran objetivo de toda universidad, de toda sociedad consciente: unos estudiantes, unas estudiantes, que han de acceder a la universidad en igualdad de condiciones y encontrar en ella los instrumentos necesarios para su formación en conocimientos y en valores científicos y humanísticos, adaptados al mundo actual, pero intemporales en los principios que los animan.

Y es que, además de esforzarnos en los campos de la ciencia teórica y aplicada, hemos de trabajar con la vista puesta en otro horizonte que no es menor: aportar materiales e inspiración para construir una sociedad más integrada, en la que las oportunidades intelectuales y laborales estén mejor repartidas y en la que todos sean tratados según un criterio de igualdad, capacidad y mérito. Una democracia plena se basa precisamente en esto y no hay democracia, tampoco universitaria, si no trabajamos por incorporar a la vanguardia de la sociedad a quienes nunca lo han tenido fácil por sus circunstancias personales o familiares, a pesar de su curiosidad intelectual, su carácter emprendedor o su capacidad de innovación. En la Universidad de Huelva tenemos valiosos ejemplos de superación que nos siguen emocionando por su perseverancia y fortaleza de ánimo. Poder trabajar con mi equipo y con todas las personas que se han unido y unen a este proyecto para estar del lado de quienes más obstáculos han encontrado no es sólo un estímulo. Es un auténtico privilegio. La universidad no debe ser sólo la casa del conocimiento, sino también un instrumento puesto al servicio de la mejora de la sociedad.

Gracias a todos los que, con ilusión y convencimiento, van a poner lo mejor de sí mismos en esta tarea apasionante. Quedan por delante cuatro años de trabajo. Quisiera que, al término de ellos, una vez concluida la responsabilidad que ahora comienza, podamos mirar hacia atrás y considerar que, con esfuerzo y honestidad, hemos contribuido a hacer mejor la Universidad de Huelva y que, en consecuencia, y en el ámbito que nos corresponde, no hemos desaprovechado la hermosísima posibilidad de dar algunos pasos útiles para el avance de la sociedad.

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