Huelva

La última mañana del Mercado

  • La vieja plaza de abastos cierra hoy sus puertas en un entorno ahora deteriorado, pero que fue siempre joven y festivo · Los adoquines se dejarán de gastar por tantas pisadas diarias

En El Conquero está florecido el almendro; la mañana fresca en su amanecer se torna ahora cálida. Hacia el Mercado del Carmen, desde La Placeta, el sol con ojos despiertos se adentra por calle Bocas y alegra el ajetreo de la ciudad; le besa el rostro a la gente mientras proyecta su larga sombra sobre el acerado. Sin suerte o con ella, después de haber pasado por el Gato Negro, ahí está el vendedor de palmitos y romero... Ya tiene metidas en el cubo las primeras flores silvestres para ofrecer, naranjas y amarillas, éstas le gustarían a Juan Ramón Jiménez.

En la esquina de Duque de la Victoria chisporrotean en saltos los camarones, aún vivos después de tanto trasiego, a un euro el vasito se pregonan. Unos ingleses curiosos se acercan a ver el espectáculo de estos pequeños danzarines, en la intriga de qué serán.

Caretas, cestos, sillas de nea... en lo que queda de este improvisado zoco de antesala a la plaza. Aquí, las tiendas de siempre, las de loza y cristal, con algunos frascos decorados; frente, en el tenderete, la venta de ropa interior.

A la vuelta, hacia la calle Barcelona, Aquilino con sus cuchillos y navajas; la rueda es fiesta de chispas en este afilar de cuchillos. En el rincón, entre tantos cubos, se asoman algunas petunias de la floristería.

La plaza de abastos, en la claridad del día, invita al desayuno. Los primeros y más altos letreros son los de la churrería, que ponen con orgullo que son casi tan antiguos como el propio mercado. Churros o calentitos, diez euros el kilo, o un euro para el que vaya sin compañía o no tenga mucho apetito. Papelón de churros entre las manos mientras se calientan. En el bar, en casa Miguel, El Central o El Alba, la sonrisa es de festín mañanero, deseando desplegar en la mesa el papelón, para adornarlo con el blancor de la azúcar y mojar en café los trozos de porras de la rueda compartida que el churrero va ofreciendo en la hora del desayuno de la mañana del mercado.

Repuesto el cuerpo, la plaza se muestra accesible, es como entrar por la puerta grande de un castillo en fiesta medieval. Dentro hay una sensación de gusto por el encuentro, es como nuevo, aunque sea una cita repetida en muchas y muchas mañanas. La plaza despierta a unos ojos encandilados, luces y sombras. Los contrastes, crean una atmósfera que tiene algo propio, suyo y muy de todos; la plaza es así, con estos quicios de personalidad.

Sobre esta luz que entra por las cristaleras superiores se irán describiendo todos los colores, todos, de este mercado. Arco iris en la armonía de cada una de las frutas, verduras, hortalizas... No hace falta nada para este bodegón que, pieza a pieza, compone la vendedora en ese cucurucho de papel gris reciclado.

Ahí están sus calles, como laberintos que juegan con todo el que entra, a veces distrae esa luz intensa que deslumbra.

Y en el centro de estas callejas interiores, el puesto de bacalao, con el corte de la cizalla y su música especial cuando cae sobre la suavidad del blanco lomo, y lo trocea con fuerza al cortar las espinas.

Sal, cuánta sal, mucha. Garbanzos remojados, sardinas embarricadas de Isla y manojos de tollos. Habrá algo más rico que unos tollos con tomate; bueno, tampoco están mal unas habas con chocos, pero ahora el tiempo solo dejará que sean en papas en amarillo. Pero luego será tiempo de ir por los chocos. Antes, las aceitunas, que no hay más estilo y condimento que en estos barreños; unas buenas con ajos, o gordales, manzanillas..., sin olvidar los altramuces.

La plaza tiene su abasto en carne, el viejo tronco es reposo en el que se descuartiza, el cuchillo, la mano sobre el lomo y van saliendo jugosos chuletones. Luego el hueso de jamón, el espinazo... para un buen puchero, de almuerzo de sábado y de sopa de la noche. Sobre el tronco se va machacando una y otra vez con el cuchillo por los cortes de la carne. Recogidos en sus paquetes con una mano y después a la otra.

Frontero a los puestos de la fruta y la verdura, la algarabía festiva de la que es, sin duda, la joya de esta fiesta. Por el gran zoco la pescadería se intuye, se barrunta, como si se escuchara aún el sonido de las sirenas cuando el barco va entrando por la boca de la barra, dejando la mar para traer a la venta sus capturas.

Esos poyetes largos, inmensos de manjares de la mar sobre el mármol blanco de las canteras de Fuenteheridos y alineados bajo la luz de una hilera de platos con bombillas colgados del techo. Se escuchan pregones, la voz ronca delata muchas mañanas frías entre la lonja del Muelle de Levante y la Pescadería de la calle Carmen, donde antes estuvieron Los Gordos, El Peñón, los Calvos ...

Gambas blancas de la costa, coquinas, berdigones, cañaillas... ofrecen un color de fiesta, de banquete, de celebración.

Los pescaderos insisten en su genero: cazón, rapes, rodaballos y doradas de la mar, abiertas esperando la sal y el aceite de una buena plancha.

Y los chocos, sí los chocos... grandes, espléndidos. Chocos de la costa a cuatro euros y medio el kilo, aparece marcado en el papel... El agua corre mientras el cubo se va llenando de la tinta. Llega al canasto limpio, sólo le falta el poco de azafrán en la olla.

Día de ajetreo, de buscar precios, mirar, degustar con la vista para luego agradar al paladar.

Sólo falta una flor, y ahí está el ramillete a la salida por calle Carmen, buscando luego La Placeta para el retorno. Son cubos llenos de todo color, de ramas distintas, de tallos diferentes, de flores multicolores, desahogo para la vista, tranquilidad para la emoción, búsquedas y encuentros.

El Mercado del Carmen es colorido, alegría, bullicio... pensando en el banquete festivo de una buena mesa compartida.

Por eso, el Mercado del antiguo barrio del Carmen, de las Tendaleras, cuando hoy corra su cerrojo definitivo dejará prendidas un sinfín de emociones y el latido diario de 144 años de Huelva vividos en tres siglos. Adiós mi vieja Plaza, contigo van muchos sueños e ilusiones.

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