Elecciones

Un político a su aire

JOAQUÍN Ramírez, presidente provincial del Partido Popular de Málaga, es un político veterano que ahora aspira a revalidar su acta de senador, cargo que ocupó en la pasada legislatura tras ser designado integrante de la Cámara Alta en el cupo que le corresponde a la representación del Parlamento de Andalucía, en donde Ramírez ha permanecido de forma consecutiva desde el año 1994.

El candidato popular que dio los primeros pasos de su vida política en las filas de los democristianos del PDP que lideró Óscar Alzaga, ingresa en el Partido Popular en 1988 y llega a ocupar la secretaría general en 1993, formando tándem con Manuel Atencia, junto con el que condujo un proceso de renovación interna que acabó con una larga serie de crisis crónicas que dificultaban el crecimiento de esta organización. En mayo de 2000 sucede a su compañero y amigo en la presidencia de los populares malagueños, cargo que sigue ocupando en la actualidad.

Ramírez se ha ganado a pulso la fama de ir por libre y no se le relaciona con ninguna de las tradicionales familias que conviven en el PP desde su fundación. Mantiene una exquisita relación con las direcciones regional y nacional, pero sus poderes se asientan en los innegables crecimientos del partido y electoral durante su gestión.

El candidato a senador se ha quedado con la espinita clavada de llegar a ser presidente de la Diputación Provincial, ya que tras dos derrotas consecutivas, en 2003 y 2007, Joaquín Ramírez anunció que no volvería a optar a este cargo, para el que antes precisó ser elegido concejal del Ayuntamiento de Málaga, que fue el escenario de sus sonados enfrentamientos con el alcalde de su mismo partido, Francisco de la Torre, con el que nunca ha tenido muy buena química, y con el que ha mantenido profundas divergencias sobre la forma de organizar el partido y el Consistorio. A Ramírez, un hombre accesible y de trato amable, se le reprocha el color gris de algunos integrantes del equipo de colaboradores que le rodea y a los que defiende a capa y espada, muchas veces a pesar de las críticas de una buena parte de la militancia.

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