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"Tengo tíos que volvían de Colonia con un Mercedes alquilado"

"Tengo tíos que volvían de Colonia con un Mercedes alquilado"

"Tengo tíos que volvían de Colonia con un Mercedes alquilado" / Dani Cantó

-Rayos parace que va a ser un libro nostálgico, de la juventud que fue, y termina siendo algo muy distinto.

-Me gustan las novelas así, que son un poco tramposas: que plantean unas reglas y luego las sabotean. Me gusta empezar a escribir desde los personajes y luego sacarlos de los círculos en los que están más cómodos. Sí es verdad que la novela tiene los mimbres de una novela de formación de toda la vida, aunque mi propósito ha sido más bien convertirla en una novela de deformación.

-Siempre decimos que somos un puñado de niños grandes, pero la generación anterior tampoco parecía mejor preparada frente al mundo.

-Económicamente, estaban igual o peor. En el arranque de la novela, con la salida de casa de los dos padres, que cruzan el país con lo puesto, no hay melodrama: no se pueden permitir ser neuróticos. Con su hijo, parece que el mundo se va a acabar a cada paso.

-¿Cómo entra el contacto con el ballerete?

-Me interesaba su condición de idioma perdido: pienso que detras de las palabras existe toda una carga ideológica y una manera de vivir y de mirar el mundo. El afilador Tinet es un tipo con una forma de vivir que también, como el dialecto de su gremio, está a punto de desaparecer. En el Centro Gallego de Barcelona me topé con historias maravillosas y con un libro que incluía, al final, un glosario del idioma. El oficio de afilador tiene algo de medieval, se transmite de padres a hijos. El ballerete lo usan para hablar entre ellos sin que se les entienda.

-Tienen algo, sí: de pequeña pensaba que eran como el flautista de Hamelin. Aunque se escuchan cada vez menos.

-Fue publicar la novela y, para llevarnos la contraria, empecé a escuchar a la misma hora, el silbido de un afilador, empeñado en demostrarle al tipo que vive en el cuarto segundo (yo), lo equivocado que estaba... No me extraña que lo vieras así, porque es un personaje que funciona muy bien como emisario de leyendas. Una de las razones que me movieron a escribir, en general, fueron las historias de los indianos que volvían, que siempre eran, a la fuerza, fantásticas. Yo tengo tíos que venían de Colonia y volvían con un Mercedes alquilado en Madrid. Inventarse una vida exitosa es un gesto literario, tierno y dramático a la vez.

-Demasiado triste para ser gracioso y demasiado gracioso para ser triste...

-Lo realmente desolador es cuando alguien sonríe y sabemos que está derrumbado, por ejemplo. Ese es el efecto que buscaba.

-A extinguir parece también el concepto de charnego.

-Porque habría que redefinirlo. En un principio, fue un término despectivo hacia un determinado tipo de inmigración, que llegaba sin nada y que era mirada con condescendencia o desprecio. En los 90, gente como Casadella o Miguel Martínez le dieron la vuelta al término: yo lo viví de niño y me interesaba cómo se puede coger una tara y convertirla en un don. Habrá que ver qué tienen que contar los hijos de paquistaníes, por ejemplo, con sus historias verdaderamente chungas, como esas mujeres que no ven el mar hasta que dan a luz en el Hospital del Mar. Habrá que ver cuál es la historiografía, la mitología de esta gente.

-Inevitable pensar a veces en Pijoaparte, aunque su personaje sea mucho más amable.

-Y mucho menos resentido, por ejemplo. Marsé es uno de mis autores favoritos desde la adolescencia, cuando me dije: "Tienes que ir de esto si quieres escribir". Recuerdo que coincidí por primera con Marsé en un encuentro, llevaba el Últimas tardes con Teresa que compré con 15 años y, cuando estaba a punto de sacarlo de la bolsa, dice: "Lo que no entiendo es a esa gente cargante que te saca los libros para que se los firmes", jajaja... Más tarde, ya me lo firmaría. Fue muy amable.

-La enjundia de esta novela gira en torno al tema de los asustaviejas, justo antes del estallido de la burbuja inmobiliaria.

-Se sigue haciendo, lo que sucede es que ahora está en la agenda porque hay movimientos que lo han visibilizado. El barrio fue una especie de canario en la mina, como un aviso del mobbing, de la gentrificación... Había indicios muy evidentes que creo que sentíamos, pero que no queríamos ver. La zona aún estaba habitada por los inquilinos de ese Chino tan diferente, que compartían barra con estudiantes suecos de Erasmus y los hijos de la inmigración de los 60. Cuando yo vivía en el Rabal, no existía una oficina antimobbing inmobiliario. Las historias inverosímiles que aparecen son justo las de verdad, y he bajado el tono para que no sonaran delirantes: tapiaban pisos con animales muertos para que olieran mal o hacían llamadas de madrugada.

-Entonces, en la especulación, ¿han cambiado las formas pero sigue el fondo?

-Con otras caras y tácticas quizá no tan evidentes porque los verdugos se sofistican y las víctimas se informan pero es un modelo de vida y de ciudad al que vamos. La coda del libro, ambientada en 2014, confirma esto: todos los amigos, menos uno, son una versión a la baja de lo que deberían o querían ser. Y aunque ha habido una respuesta al expolio, está claro quién se ha llevado el gato al agua. Con las novelas no quieres aspirar a cambiar nada, pero sí dejar constancia de una realidad .

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