Virgilio Peña. Exiliado republicano

"Sobreviví al campo de exterminio de Buchenwald"

  • Tiene 95 años y nació en Espejo (Córdoba), donde ningún otro chaval se llamaba Virgilio. Y, aunque parecía destinado a vivir como un humilde jornalero, las circunstancias le llevaron a ser soldado del Ejército republicano, exiliado y héroe de la Resistencia. Fue testigo directo de los horrores cometidos por las SS en Buchenwald (Alemania) y es uno de los pocos andaluces que aún puede contarlo. Sigue viviendo en Francia, cerca de Pau, donde durante años ha dado charlas en los colegios para contar su experiencia como deportado y luchador antifacista. Su vida está recogida en el documental Espejo rojo. Ha participado en los actos conmemorativos del 70 aniversario del Exilio Español, celebrados esta semana en Madrid.

–¿Qué edad tenía cuando estalló la guerra?

–Tenía 22 años. Trabajaba segando, en un cortijo cerca de Fernán Núñez. Dormía en la era.

–¿Cómo se enteró del alzamiento?

–El hijo del señor, que era muy manitas, había montado una radio con una dinamo y una batería. Una noche llegó y me dijo: “Espejeño, ha estallado la revolución”.

–¿Se quedó en el cortijo?

–Claro que no. Cogí la manta y me fui a Espejo, mi pueblo, para tomarlo con los republicanos. Luego vinieron ellos de Córdoba y lo tomaron durante dos días. 

–¿Y ustedes huyeron?

–Fuimos a Castro del Río y, con mineros que bajaron de Linares y La Carolina, se tomó el cuartel de la Guardia Civil. Pero recuperamos Espejo y allí estuvimos hasta que lo perdimos, en diciembre del 36. 

–¿Cómo recuerda aquellos meses?

–Mi pueblo casi lo deshicieron. Bombardearon varias veces, venía la aviación desde Sevilla. Allí dejé a mi madre y a dos hermanos, porque otro se vino a combatir conmigo.

–¿Se alistó en el Ejército republicano?

–En agosto vino una parte de la columna del general Miaja, bajo el mando de un comandante de artillería al que Franco fusiló luego en Valencia. Se comenzaron a organizar las milicias. 

–¿Dónde más combatió?

–En Lopera, en la retirada, en Villa del Río y en Pozoblanco. Ahí me hirieron. Todavía tengo señales y metralla en una pierna.

–¿Logró reincorporarse a filas?

–Combatí después en la provincia de Toledo, frente a Talavera de la Reina, y cerca de Teruel. La última batalla fue la del Ebro, en la que también me hirieron. 

–¿Vio morir a muchos?

–He visto tantos muertos, en España y en Alemania, que mejor ni me lo pregunte.  

–¿Cómo cruzó a Francia?

–Andando, por Portbou. De allí nos llevaron a un campo de internamiento,  Saint Cyprien, cerca de Perpignan.

–¿Qué encontraron al llegar?

–Al principio fue horrible. Entre militares y civiles pasamos la frontera medio millón de personas. ¡Y no había dónde dormir, salvo la arena! Teníamos el mar a un lado y las alambradas al otro.

–¿Cuánto tiempo duró aquello?

–Los franceses se fueron organizando y montaron barracas de madera en Barcarés.  Salí de allí un año después y estuve con una compañía de trabajadores hasta que entraron los alemanes, en junio del año 40.    

–Supongo que fueron tiempos duros.

–En el 42 me incorporé a la Resistencia, en Burdeos. ¡Eso sí que fue duro! Hicimos trabajos muy difíciles, básicamente de sabotaje, cortando las vías de comunicación a los alemanes. 

–Trabajaba en la clandestinidad.

–¡Más escondío que un gato perseguido por un perro!

–¿Y como le detuvieron? 

–Por un chivatazo. Me interrogó la Policía francesa y me entregó a la Gestapo.

–Tuvo usted mucho valor, después de vivir una guerra…

–Mi persona no conoce la palabra miedo. Durante la guerra pasé momentos difíciles pero nunca temí dejar la piel. 

–¿Con la detención empezó su segunda pesadilla?

–Los alemanes nos catalogaron como terroristas. Tras unos meses en Francia, en enero del 44 nos mandaron al campo de concentración de Buchenwald, en Alemania.

–¿Sabían que iban a un campo de exterminio?

–Dicen que hay gente que lo sabía, pero a nosotros nadie nos avisó. Pensábamos que íbamos a trabajos forzados. Viajamos hacinados, cien hombres por cada vagón de tren.

–¿Qué ocurrió al llegar a Buchenwald?

–Al principio no ves nada. Llegas, empiezan a pelarte desde los pies a la cabeza, no te dejan más que las cejas, y te dan un vestido de rayas. ¡Con un frío que hacía!  

–¿Cuánto tardó en comprender su situación?

–Empiezas a darte cuenta de dónde estás cuando vives en el campo. Ves muertos por doquier, aquí y allá. ¡Y tipos que van andando que pesan menos que una gallina!  

–¿Cuántos prisioneros había?

–Calculo que en ese momento éramos más de cincuenta mil. Compartí casa con Jorge Semprún, que fue ministro cuando llegó la democracia a España. Estuvimos juntos hasta la liberación del campo.

–¿Cómo logró sobrevivir?

–Un preso alemán que trabajaba limpiando las casas de los SS me daba de comer lo que le sobraba. Los SS no tenían corazón, pero no todos los alemanes eran iguales.

–¿Recuerda el día de la liberación?

–En el campo funcionaba un Comité Internacional de Resistencia militar. Después de que lo bombardearan, en agosto del 44, logramos entrar armas y lo liberamos tres horas antes de que llegara el Ejército.   

–¿Le apenó no poder volver?

–Para mí el exilio fue un peso enorme. Pero tras la derrota alemana  a los liberados de los campos nos recibieron en Francia con moqueta roja. Se han portado muy bien con los deportados.

–Y ha sido feliz allí.

–Me casé con una simpática francesa. Tenemos 4 hijos, 8 nietos y una biznieta. He trabajado en la construcción, como carpintero. ¡Yo, que no había tenido un martillo en la mano en mi vida!  

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