El Rocío

Diez horas de emoción en la aldea

  • El caminar de la Virgen no fue fácil y en muchas ocasiones el paso se posó en las arenas. Una entrada rápida y bella la llevó a las 12:48 a su ermita en un día en la que se alcanzaron los 30º.

La Virgen fue ayer en su aldea el arcoiris que enmarca los cielos después de la gran tormenta. Una mañana que discurrió con una temperatura que se elevó hasta los 30 grados, nada que ver con las jornadas desapacibles del principio de la pasada semana. Mucha agua caída en unos días en los que los peregrinos caminaban hacia El Rocío al encuentro con la Blanca Paloma. Ese momento se produjo en la visita que durante cerca de diez horas realizó a cada una de las 117 filiales a hombros del pueblo de Almonte.

Si como dicen la Virgen es la luz del Rocío, lo cierto es que esa afirmación fue especialmente gráfica en este Lunes de Pentecostés. Después de su salida a las 03:01 de la madrugada se iniciaba la visita a los simpecados. Abierta la mañana, llegaba a El Real y acudía a la casa de las camaristas.

 

Hay momentos que se esperan con especial alegría como es el encuentro con los rocieros de Huelva. En este Rocío se quiso ordenar algunas cosas de la procesión para que discurriera lo mejor posible y así aparecían alineados los simpecados que acuden a El Real en la acera de la Hermandad de Huelva. Un poco antes de las ocho de la mañana quedaban cinco antes de visitar a los onubenses, que ya se inquietaba con el toque de su campanil. No es fácil en este repecho y el paso se posa en el suelo en varias ocasiones. Llegar a Huelva tampoco fue sencillo, pero había inquietud y muchos deseos. A las 08:10 se produjo ese momento. Los sacerdotes José Antonio Sosa y José Manuel Barral le pedían a los almonteños con sus brazos abiertos que la acercaran. El sol en ese momento se levantaba por las casas de El Real y e iluminaban el palio de plata de la Virgen del Rocío, baldaquino de elegancia y cofrade de devoción. Se aplaudía por Huelva, Huelva, Huelva... y el campanil era la música celestial de la mañana.

Desde la casa de la Hermandad de Huelva hubo una gran petalada y se piropeó a la Virgen con "bonita, bonita y bonita"... "ole, ole y ole",  para seguir con aplausos. A las 08:18 dejaba a los rocieros onubenses y se dirigía por la calle Carreta hasta el eucaliptal, no sin antes recibir otra gran petalada. Nada más salir le esperaban ocho simpecados.

El sol volvía a jugar en esta mañana y se filtraba entre las ramas de los eucaliptos queriendo besar el paso de la Virgen. A las 08:43 se encontraba con la Concha peregrina de Emigrantes. José Manuel Barral volvía a rezarle la Salve y, tras saludar al Simpecado de Cornellá, se encaminó hacia Gines, extendiendo la procesión en un mar de gente en esta inmensa explanada. Aquí los simpecados se volvían a alinear para facilitar el que se les acercara el paso, aunque no deja de ser un trabajo que necesita del esfuerzo de quienes lo portan. Una procesión en la que en este mismo lugar el paso volvía en más de una ocasión al suelo. Hay que destacar que es un sitio donde muchos niños y no pocos bebés son llevados por sus padres hasta el paso de la Virgen. Gracias a Ella no ocurre nada, cuando en más de una ocasión el desequilibro de su palio llega a asustar. 

No es fácil gobernar el paso entre la multitud que lo arropa, pero ese es El Rocío de la Virgen. Nos constan de los deseos y los esfuerzos que se hacen para que todo vaya cada año a mejor. Ahora no son los mozos o los quintos de camisa caqui los que van bajo las andas. Es la gente joven y menos joven, con camisas blancas, la que se agolpa alrededor del paso para portar a su Patrona. Lo mismo que a la salida, aunque ahí sí se consigue que sea limpia y especialmente hermosa con el pasillo que se le hace. Eso se pudo ver este año al menos en una ocasión en la calle Almonte, donde se le hizo un pasillo para que pudiera caminar.

 

Esa es, sin duda, la mejor forma para que el paso pueda acercarse a los simpecados, que es lo que todos desean; no es fácil, volvemos a insistir, pero la belleza de ese encuentro merece el esfuerzo de todos. De quienes lo portan y los que están cerca y tienen que dejar que este camine y la gente respire, que es también otra de las claves de la procesión que todos desean.

La Virgen va ofreciendo en la mañana muchas estampas para la devoción y la emoción. Mientras, algunas hermandades, tras el saludo, se alejan, sin que en ningún momento el Simpecado de la espalda a la Virgen. Se escuchan otros tamboriles que acercan nuevos simpecados. El Rocío es un ir y venir en este día de fiesta en el que Almonte comparte todas las emociones con las 117 filiales, algunas de las cuales en esta misma mañana parten para sus localidades. Llevan todo el aroma de una romería que perdurará durante el año en los corazones de los rocieros. Se le rezó las salves, que es la común alabanza a la Virgen que hacen las hermandades que vienen de lugares tan distintos. En este Rocío se vieron a muchos curas jóvenes, lo que es un signo de vitalidad de la propia Iglesia en cuanto a vocaciones; algunos, hasta de sotana, eran subidos en alto para rezar salves a las que nunca les faltan emoción. Mucho se cuida la parcela devocional, más cuando el deseo de la Hermandad Matriz es que el santuario de Nuestra Señora del Rocío sea un centro mariano en el que se pueda reflejar toda España y, además, con carácter internacional. 

Continuaba la mañana y después de tantos charcos en estos días de lluvia, nadie pensaba que fuera necesario que se regaran las calles. Al menos, esto se hizo en las del entorno de la ermita por donde discurriría la procesión; el polvo se iba levantando en la aldea.

 

Otra de esas imágenes que se esperan en El Rocío es cuando la Virgen sale de la calle Moguer. Eran las 12:24 y todo hacía presagiar el final de la procesión. Quedaba la visita a la Hermandad de  Moguer; salvado aquí el repecho de la calle, hubo petaladas, vivas y salves. No fue tampoco sencillo el caminar del paso y en más de una ocasión volvió al suelo. Faltaba visitar Almonte y la emoción llegaba muy directamente a los protagonistas de la fiesta. Se cantaba por sevillanas a los almonteños, que son los que llevan la Virgen. Delante de la ermita le esperaba una gran petalada desde los balcones que lucen el cartel del Año de la Misericordia. Volvía la emoción a la gente del pueblo de Almonte, se aplaudía por las miles de personas que se agolpaban frente a la blanca espadaña, los vivas que retumbaban en las marismas eternas.

De inmediato, el paso de la Virgen se encaminó con la mayor belleza, sin pararse y en alto, hasta la rampa de acceso a su casa. Aquí, bajo la concha peregrina, se giraba sobre sus carruchas y era vuelto al pueblo que le había seguido desde la madrugada. Acompañándole, rezándole, cantándole y lanzándole vivas, por esa gran familia de rocieros reunida una vez más en Pentecostés. 

 

Eran las 12:48 y unos minutos antes de la una del día se posaba en su altar. Llegaba el momento para la tradicional Salve de la despedida; este año con un nuevo protagonista, el nuevo párroco y capellán, Francisco Jesús Martín. La Virgen del Rocío vuelve a estar en su Casa, en El Rocío de todo el año.   

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