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Esteban fernández-hinojosa. Médico intensivista del hospital virgen del rocío

"El desconocimiento de uno mismo provoca mucho sufrimiento superfluo"

  • Médico de tradición y vocación humanista, su trabajo diario en una Unidad de Cuidados Intensivos le hace mirar todos los días cara a cara a la muerte y la angustia

Esteban Fernández-Hinojosa./JUAN CARLOS MUÑOZ

Esteban Fernández-Hinojosa./JUAN CARLOS MUÑOZ

Hacía tiempo que queríamos hablar de temas considerados lóbregos y difícilmente abordables por una sociedad que intenta obviar todo lo que no puede digerir: la muerte, el dolor, la angustia... Por eso nos acercamos al doctor Esteban Fernández-Hinojosa, miembro de esa tribu cada vez más minoritaria que componen los médicos humanistas. Licenciado en Medicina y Cirugía por Facultad de Medicina de Cádiz (1985), optó por especializarse en Medicina Intensiva, por lo que durante casi 30 años ha tenido que vivir casi a diario situaciones extremas en las que la ciencia médica no es suficiente para sanar y consolar a personas que, en muchos casos, afrontan sus últimos días. De sus inquietudes humanísticas da buena prueba su blog, en el que practica un ensayismo muy pegado a las inquietudes del hombre y a los grandes retos de la medicina y la ciencia actual. Además, es autor de varios artículos y capítulos en revistas y libros de su especialidad. Actualmente, trabaja en el Hospital Virgen del Rocío.

-Cuidados intensivos... Debe ser duro.

-Muchísimo, no sólo por el esfuerzo físico e intelectual, sino porque tratas con un tipo de enfermo que está muy mal, que requiere un gran nivel de intervencionismo e invasividad...

-¿Se pierde sensibilidad hacia el sufrimiento?

-En absoluto, este trabajo te enseña que el ser humano no es sólo un cuerpo. Uno cae en la cuenta que hay otras dimensiones. He tenido la fortuna de poder acercarme a ellas y estudiarlas.

-¿Habla del alma?

-Hablo de la dimensión espiritual, social, cultural y ecológica del ser humano. Cuando se habla de una enfermedad se tiende a pensar sólo en la carne, cuando detrás de eso se esconden muchas otras cosas.

-El hombre actual niega la muerte, la esconde, hace como si no existiese.

-Hoy en día no tenemos razones para morir. La gran mayoría de las personas no se entregan a su vocación auténtica y, al final de su vida, siente que la han desperdiciado y que ya no tienen margen para recuperar el tiempo perdido. Eso produce en el moribundo una angustia. Sin embargo, el ser humano que se entrega a su vocación y la culmina encuentra razones para aceptar la muerte. Eso lo hemos olvidado hoy en día.

-¿Se sabe algo sobre lo que hay después de la muerte?

-La ciencia ni sabe ni puede saber qué hay tras la muerte. Desconocemos completamente qué ocurre. A partir de ahí, hay narraciones literarias y religiosas que pueden ayudar a salir de la angustia que supone ese desconocimiento.

-¿Una fe religiosa ayuda a aceptar la muerte?

-La creencia en el más allá puede ayudar a ciertas personas, pero no ocurre siempre. Volvemos a lo de antes: hay personas que tienen una fuerte fe religiosa que, por no haber desarrollado su vocación, llegan al final cargados de deudas y sienten la angustia de la muerte.

-Antiguamente existían los tratados del buen morir. Había una preparación para la muerte. Ya sé que suena un tanto extraño, pero quizás habría que recuperar algún tipo de enseñanza para afrontar ese momento decisivo y final.

-Ese concepto de "buen morir" es cristiano. La gran ayuda que da esta religión es la confesión de los pecados, que es una manera de redimir los errores y tranquilizar el alma. El problema es que antes había muchos creyentes sinceros, pero actualmente hay muy pocos.

-¿Alguien se le ha confesado en sus últimos momentos?

-El enfermo grave, cuando está lúcido, suele confesarse, aunque ya no se le llama así. Te comenta sus problemas, sus angustias, sus necesidades. Todo médico que muestre un poco de compasión -lo que ahora se llama empatía- lo ha experimentado alguna vez. Una de las obligaciones de un buen médico es estar ahí, escucharlo, estar a su lado...

-¿Y eso se enseña en las facultades de Medicina?

-No. Eso depende mucho de las inquietudes de cada médico, de tu propia trayectoria vital... La carrera de Medicina es meramente técnica y te enseña sólo patología, diagnóstico y tratamiento. Ni siquiera se trata la estructura antropológica del ser humano.

-En La casa encendida, Luis Rosales dejó escrito que "Las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir". ¿El dolor imprime carácter?

-Tengo ese poemario recitado por él grabado en un CD. El dolor humano es natural, inexorable, porque la existencia es dura y, a veces, tenemos que beber del cáliz ácido de la vida. Este dolor, incluso, te puede ayudar a reflexionar y a crecer. Pero luego está ese otro sufrimiento superfluo que crea la mente, los miedos, los hábitos inconscientes que todos portamos y que son peligrosísimos. Ese sufrimiento no está al servicio del crecimiento del hombre, sino, muy al contrario, terminan por oscurecerlo.

-¿Y qué es lo que provoca ese sufrimiento superfluo?

-En general el autodesconocimiento de uno mismo. Todo ser humano, desde que nace, está calibrado por dos cuestiones fundamentales: su genética y su cultura. Esto va a determinar, sobre todo en los primeros años, los hábitos interiores de cada cual. Pero hay una tercera cuestión, la dimensión consciente, gracias a la cual uno es capaz de afrontar y explorar los miedos, las malas palabras que nos habitan porque un día nos las introdujeron. Podemos modelar ese mundo interior para afrontar con más deportividad la vida. Pero para eso es importante el autoconocimiento.

-¿Qué opina de la sedación extrema? Fue un debate muy candente hace no tanto.

-Ya Santo Tomás aprobaba que había que sedar al enfermo moribundo con dolor para mejorar su situación, aún sabiendo que como efecto colateral vendría la muerte. Lo que los teólogos del medievo no aceptaban, con razón, es sedar para producir inmediatamente la muerte. Ése es un capítulo muy delicado y difícil de entender. Evidentemente, el final de la vida hay que afrontarlo de la mejor manera que conozcamos en cada momento. En ese sentido, he de decir que la Ley Andaluza de Limitación del Esfuerzo Terapéutico es muy avanzada y positiva, porque cuenta con el paciente y sus inquietudes, y obliga al médico a consultar con la familia y su equipo, incluida la enfermería. Es asombroso el grado de delicadeza con el que se trata en Andalucía el final de la vida, al menos en el lugar donde yo trabajo, el Hospital Virgen del Rocío.

-¿Y la eutanasia?

-No me parece correcta. Probablemente, en esto intervienen mis creencias, mi educación, mi entorno íntimo. Pero insisto, el modelo actual andaluz es de lo mejor que hay.

-¿Sirve para algo el dolor? Nos hemos criado en una religión en la que hay personas que glorifican el dolor... Lo consideran purificador...

-Al final de la vida, cuando el ser humano está en sus últimos momentos, el dolor tiene poco sentido. Por lo que he visto y vivido, el dolor no tiene un sentido trascendente.

-¿Y científicamente, podemos ya evitar el dolor a cualquier persona en estado terminal?

-El dolor y la asfixia, que son los dos grandes problemas de la agonía, ya se pueden paliar muy bien mediante la sedación y la analgesia disponible.

-Siento la deriva lúgubre de esta primera parte de la conversación, pero no siempre se puede hablar de las rosas. Usted pertenece a ese grupo cada vez más minoritario d e los médicos humanistas.

-El humanismo es absolutamente necesario en la profesión médica. Cuando llevas treinta años viendo enfermos te das cuenta de que hace falta algo más que la tecnociencia. El ser humano necesita recuperar la medicina de los hombres libres, médicos que sean capaces de acompañar a las personas en momentos de gran tribulación. El hombre actual se ha quedado a la intemperie y necesita de estas cosas.

-Me consta que es usted un lector voraz. El médico es una de las grandes figuras de la literatura de todos los tiempos. También han existido grandes médicos escritores.

-En España hay dos grandes figuras indiscutibles al respecto: Marañón y Pío Baroja...

-Pero Pío Baroja, al contrario que Marañón, huyó de la Medicina...

-Sí, pero su condición de médico enriquece toda su obra. Si se lee entre líneas, uno se da cuenta de que siempre está presente.

-¿Y Chéjov, el médico-escritor por excelencia?

-La poética de su narrativa me llama especialmente la atención. Aunque no de forma explícita, su obra recoge muy bien las distintas dimensiones del hombre de las que hablábamos antes. Habla del ser humano en toda su amplitud antropológica, y eso es importante para un médico.

-Un gran libro sobre la agonía y la angustias del fin es La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi.

-Sí, es un libro que recoge muy bien la necesidad de solucionar ciertos problemas antes del fin de la vida. Es de lo que trabábamos antes.

-¿Pasamos demasiado tiempo en los hospitales?

-Sí, se ha patologizado la fisiología...

-Explíqueme eso.

-Al mínimo disconfor, al mínimo dolor, queremos ser vistos por el médico para que nos mande un tratamiento: píldoras para un pequeño dolor, píldoras ante el estrés, píldoras para ir al cuarto de baño, píldoras para dormir... Se abusa de la medicación. Queremos dormir, olvidar, estar siempre en el más completo confort... Pero al estar empastillado uno se introduce en la dimensión del sueño y no tiene capacidad de reflexión, de saber por qué tiene insomnio, de por qué está estresado, porque sus intestinos están descompensados...

-¿Y qué hacer?

-Como decía Pascal, el individuo debe ser capaz de estar tranquilo en su habitación, sentado en una silla, sin moverse, durante un buen rato. Reflexionar sobre sí mismo.

-La vida laboral de hoy no permite ese relax, exige una continua tensión.

-Eso es cierto, las circunstancias son las que son. Pero hay que saber enfrentarse a ellas, recapitular continuamente y saber cuando hay que cambiar.

-Qué opina del mindfulness, esa técnica de relajación tan de moda en la actualidad. Algunos dicen que es autoayuda de garrafa.

-He estudiado los trabajos científicos sobre el mindfulness y puedo decir que avalan esta técnica. Sencillamente, el mindfulness es una técnica que te ayuda a pararte, a focalizar la atención sobre la respiración y el latido del corazón. Esto tiene unas repercusiones neurológicas muy positivas, lo cual está absolutamente comprobado científicamente y publicado.

-Saber prestar atención...

-Históricamente no hemos valorado la atención, cuando la atención es la gran virtud del ser humano elevado. Lo que diferencia a un hombre sabio de otro que no lo es es su capacidad de atender lo que tiene entre manos. El mindfulness enseña a no tener la mente dispersa, que es cuando se cometen los errores. El sentido último de la palabra pecado es "la mente que comete errores". El sentido último de los ejercicios espirituales de todas las religiones no es poner la mente en blanco, algo que no se puede hacer, sino concentrar toda la atención en un punto. Toda la tradición psicoanalítica está centrada en localizar las sombras, los problemas interiores, las heridas, simplemente atendiendo a ellas. Ahora bien, otra cosa es el mercadeo que se ha organizado alrededor del mindfulness.

-Actualmente están causando furor libros como Biografía del silencio, de Pablo d'Ors.

-Tengo una cierta amistad con él. D'Ors recupera, de alguna manera, la tradición del Monte Athos: el silencio, la meditación, la respiración... En su Biografía del silencio busca, en primer lugar, aquietar la mente, centrar la atención; en segundo, aquietar el cuerpo, relajarlo, y, en tercer lugar, atravesar las sombras, ponerse en contacto con el interior, con las heridas, con los problemas de vínculos y relaciones....

-¿Pero cuáles son esas sombras?

-Normalmente están vinculadas a las relaciones que hemos tenido con las personas que nos han acompañado: padres, hermanos, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... La calidad de esos vínculos son los que determinan en gran parte las heridas que portamos, las sombras que desencadenan la ira, el rencor... que nos llevan a la enfermedad. El significado profundo de la palabra salud es "salvación". Es imposible vivir en paz con esas heridas.

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