el poliedro

José Ignacio Rufino

Por qué no suben los salarios

El crecimiento no se traslada a los sueldos que mermó la recesión; el Estado no puede hacer lo que no hacen las empresasEl principal freno a unos salarios más dignos es la enorme bolsa de desempleados

El mercado de trabajo, como buen mercado, es un sitio o un medio en el que se encuentran la oferta y la demanda; las del mercado del pan, las del de coches, los alquileres turísticos, también la oferta y la demanda de trabajo de las personas empleadas y sus empresas. Todo mercado, de manera más o menos estable y más o menos dominado por fuerzas anticompetitivas, tiende a un precio en el que ambas fuerzas, oferta y demanda, se ponen de acuerdo (si el mercado es poco libre o está muy desequilibrado, una parte traga y la otra abusa). En el mercado laboral, ese precio se llama salario. Los precios del mercado de trabajo, los salarios, están condicionados no sólo al juego de oferentes y demandantes, sino a la regulación laboral, a la productividad, al nivel de precios, a la negociación colectiva, a la estructura sectorial del territorio… y también dependen, y mucho, de cuánto parado haya ofreciendo un mismo nivel de formación, trayectoria o edad. Un ejemplo: un constructor me contaba cómo en Madrid es ya difícil encontrar instaladores de paneles de pladur. Bien escaso, luego caro: se paga por encima de los dos mil al mes al instalador. Sensu contrario, si hay mil ingenieros químicos licenciados en un territorio en el que hay se requieren veinticinco puestos de esa categoría, el salario del ingeniero químico en ese sitio estará por los suelos.

¿Qué sucede en España? Que hay una bolsa de parados excesiva, del orden del 17% de la población en edad y con ganas de trabajar -la población activa-, sin diferenciar en ese porcentaje entre regiones, sectores, edades ni otros factores: en algunos pueblos, el paro de menores de 30 años es del 70%; en otras, del 10%; los instaladores de pladur en Madrid están rifados, los licenciados en Filosofía no pueden aspirar a un empleo fuera de la educación pública. Aplíquese la Teoría del Pollo: yo me como el pollo entero, pero la estadística dirá que, entre usted y yo, cada uno se ha zampado medio, aunque usted esté canino. A lo que vamos: la cantidad de desempleados que ostenta España es un freno para el aumento general de los salarios. Debemos tener en cuenta que el Estado o sus gobiernos no fijan los salarios de la esfera privada, y también que la negociación colectiva -patronal y sindicatos- está en decadencia, también porque sus últimos encuentros han sido más bien desencuentros. Los árbitros globales, como el FMI o el BCE, han recomendado que en España suban los salarios, que el crecimiento del PIB se note en el bolsillo de la gente (la pérdida de poder adquisitivo de los asalariados españoles en los últimos años es la mayor de la Eurozona). La patronal quiere un aumento vinculado al aumento de la productividad, o sea y en el fondo, a los beneficios empresariales. Los sindicatos y el común del trabajador por cuenta ajena quiere que las pérdidas salariales de la crisis se compensen ahora, a las maduras.

Hay un factor clave que no suele traerse a colación en este debate. No tiene que ver con la ética o la justicia social ("Paga un salario digno, empresario"; "No ganéis siempre los mismos"). Tampoco con algo tan sencillo y económico como que si no hay capacidad de consumo, el aumento de la producción está en solfa. No. Tiene que ver con el déficit público: los salarios bajos, bajísimos o precarios no contribuyen ni en impuestos personales ni en cotizaciones al presupuesto público. Luego los bajos salarios son origen de déficit público. Y aquí toca posicionarse: o crees que el presupuesto público es algo a reducir y así dejar la economía al libre juego de la empresa privada, o crees que el sector público es a la postre más responsable y es necesario para vigilar y tutelar. Si cree esto último, los salarios deben subir. Dignificarse, en no pocos casos.

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