Tribuna Económica

Gumersindo Ruiz

Cabeza, visceralidad y emoción

Nuestro compañero Rogelio Velasco explicó la semana pasada, a propósito de la concesión del Nobel de Economía a Richard Thaler, en qué consiste la economía del comportamiento, que incorpora la Psicología Social a la explicación de las decisiones económicas, financieras, laborales o comerciales, más allá de guiarse sólo por el interés, el salario o los precios.

Hay un experimento con dos personas que consiste en dar 100 euros, por ejemplo, a una de ellas, y decirle que tiene que repartirlos con la otra, de manera que si ésa otra no está conforme, los dos se quedan sin nada; se trata de una sola oferta y no hay negociación. Podría parecer que si le da 1 y se queda con 99, el otro tendría que aceptarlo, porque 1 es más que nada; pero no es así, pues el sentido de la injusticia del reparto lleva a preferir quedarse sin nada. Incluso para ofrecimientos más sustanciales en que se da 40 y se queda con 60, hay rechazos y se rompe el juego. Esto no nos extraña, pues hay situaciones en que es preferible perder antes que aceptar una oferta miserable e injusta.

La racionalidad económica es compleja. En un restaurante en la estación del AVE de Madrid, me ofrecían hace unos días dos bocadillos por diez euros, pero si quería uno solo valía ocho; no podía comerme dos, y compré sólo uno por ese precio abusivo, aunque luego pensé que quizás tenía que haber esperado a alguien que quisiera también un bocadillo y comprarlos a medias. La cuestión es que las decisiones económicas son una mezcla de cabeza y cálculo basado en precios y cantidades, y situaciones en las que juegan emociones, instintos, incentivos y costumbres sociales. Tampoco tenemos tanto tiempo ni ganas de ir buscando y mirando, en un mundo cada vez más agobiante y confuso de información, para tomar decisiones óptimas.

Pero aún más interesante es conocer cómo el cerebro, los sentidos, nuestro cuerpo entero, responden a las decisiones económicas, lo cual no se ha podido medir hasta ahora. Resulta fascinante lo que nos dice Michelle Baddeley en su librito sobre Economía del comportamiento, de que la sensación de disgusto por ser tratados de forma económicamente injusta -como podía ser el reparto que comentábamos antes- se activa en la misma zona neuronal que el asco asociado con el mal olor. Me parece que he citado hace poco el libro del financiero Andrew Lo sobre economía adaptativa, que va más allá de la economía del comportamiento, y señala que las personas, los mercados y sus instituciones evolucionan, y esta evolución sólo puede entenderse en la neurología de las emociones y los instintos. Ahora que estamos tan desazonados por los acontecimientos que padecemos en España, donde se mezcla la economía y los sentimientos, intereses de todo tipo y visceralidad biológica, entendemos que razonamientos que pueden resultar evidentes para algunos no lo son para otros, y que la emoción y la visceralidad son con frecuencia autodestructivos; pero, claro, ni somos completamente racionales, ni animales instintivos, y llevamos milenios intentando organizarnos -aunque sin mucho éxito- en una vida que resulte satisfactoria para una amplia mayoría de la gente común.

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